"Habéis oído que fue dicho: Ojo por ojo y diente por diente. Mas yo os digo que no resistáis al mal: antes, si alguno te hiriere en la mejilla derecha, preséntale también la otra; y a aquel que quiera ponerte pleito y tomarte la túnica, déjale también la capa; y al que te precisare a ir cargado mil pasos, ve con él dos mil más: da al que te pidiere; y al que quiera pedirte prestado, no le vuelvas la espalda". (vv. 38-42)
Glosa
Como antes había enseńado el Seńor que no debe hacerse injuria al prójimo ni irreverencia a Dios, ahora, como consecuencia, enseńa cómo debe portarse el cristiano con los que le hacen alguna injuria. Por ello dice: "Habéis oído que fue dicho: ojo por ojo y diente por diente".
San Agustín contra Faustum, 19, 25
Esto se ha mandado, en verdad, para refrenar las furias de los odios que suelen nacer mutuamente y para moderar los ánimos alterados. ¿Quién se contenta fácilmente con una reparación equivalente a la injuria? ¿No vemos muchas veces que los hombres, ofendidos levemente, intentan matar, tienen sed de sangre y no se sacian de hacer dańo a sus enemigos? A este hombre, deseoso de venganza inmoderada e injusta, la ley, estableciendo un modo justo de obrar, le impone la pena del Talión. Esto es, que reciba el mismo castigo que pueda equivaler a la injusticia que cometió. Lo cual no fomenta el furor, sino que le establece sus límites. No para que se vuelva a emprender lo que ya estaba olvidado, sino para que no se extienda más aquello que empezó a arder. Se impuso este resarcimiento justo a aquel que sufrió la injuria. Lo que se debe, aunque es generoso perdonarlo, se puede reclamar con justicia. Y así, cuando falte aquél que inmoderadamente quiere ser vengado, no faltará el que justamente apetece la vindicación. Está más exento de pecado aquel que no proyecta vengarse bajo ningún concepto, y por eso ańade: "Mas yo os digo que no resistáis al mal". Podía yo también decir así: se dijo a los antiguos: "No te vengarás injustamente", pero yo os digo: "No os venguéis", lo cual es el cumplimiento de la ley. Por esas palabras se puede entender una adición a la ley hecha por Jesucristo. Es más natural pensar que afiance la ley, esto es, que prohiba en absoluto la venganza para de ese modo estar más ciertos de no pasar de los límites de la venganza, no vengándonos.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
La ley no podía subsistir sin este precepto, porque si, según el mandato de la ley, debemos volver a todos mal por mal, todos nos volveríamos malos ya que abundan los perseguidores. Si, según el precepto de Jesucristo, no ponemos oposición a lo malo, y si los malos no se calman, los buenos continuarán siendo buenos.
San Jerónimo
Nuestro Seńor, quitando la ocasión, evita las causas de los pecados. Con la ley se enmienda la culpa, pero aquí se evitan los pecados en sus principios.
Glosa
También puede decirse que nuestro Seńor dijo esto, ańadiendo algo a la justicia de la ley antigua.
San Agustín, de sermone Domini, 1, 19
La justicia de los fariseos, que consiste en no traspasar los límites de la venganza, es una justicia inferior. Es principio de la paz, pero la paz perfecta quita toda venganza desde su principio. Así entre lo primero, que es un exceso de la ley (que consiste en devolver más mal que se ha recibido) y la perfección que el Seńor manda a sus discípulos (que consiste en no devolver mal por mal), hay un término medio: devolver sólo el mal que se ha recibido, por lo cual se ha de pasar de la suma discordia a la suma concordia. El que causa primero el mal, éste es el que se separa principalmente de la justicia. El que no ofende a nadie al principio pero después de ofendido lesiona más, se separa algún tanto de la suma iniquidad. Y el que devuelve cuanto ha recibido ya concede algo. Es muy justo que el que ofendió primero sea más lesionado. Nuestro Seńor Jesucristo que había venido a cumplir la ley, perfeccionó esta justicia empezada, no severa, sino misericordiosa. Nos enseńó que deben conocerse los dos grados que existen entre la justicia antigua y la nueva. Porque hay quien no devuelve tanto, sino menos, y de aquí procede el que no se recompense en manera alguna, lo cual parece poco al Seńor, si no estás preparado para hacer aún más. Por lo que no dice, no devolver mal por mal, sino no resistir contra lo malo, para que de este modo, no sólo no devuelvas el mal que se te ha hecho, sino que además no te resistas a que se te cause otro mal. Esto es precisamente lo que se expone de una manera bien clara cuando se dice: "Pero si alguno te hiriere en la mejilla derecha, preséntale también la otra". Que esto pertenece a la verdadera misericordia, lo sienten especialmente aquellos que sirven a los que aman mucho, o a los nińos, o a los frenéticos, que tanto padecen con frecuencia, y que, si el bien de los pacientes lo exige, se prestan aún a sufrir más. Enseńa, pues, el Seńor, como médico de las almas, el que sus discípulos procuren ante todo la salvación de aquéllos, para cuyo bien eran enviados, y que sufriesen con ánimo tranquilo todas sus debilidades. Toda iniquidad, pues, nace de la imbecilidad de alma, porque nada hay más inocente que una persona perfeccionada en la virtud.
San Agustín, de mendacio, 15
Todas las cosas verificadas por los santos en el Nuevo Testamento sirven para ejemplificar los preceptos que se dan en las Sagradas Escrituras, como cuando leemos en el Evangelio de San Lucas ( Lc 6,29): "Has recibido una bofetada, prepara la otra mejilla". Ningún otro ejemplo más excelente de paciencia encontramos que el de nuestro Seńor. Cuando El recibió la bofetada, si bien no dijo aquí tienes la otra, sino que dijo, según San Juan ( Jn 18,23): "Si he hablado mal, da testimonio de lo malo; pero si he hablado bien, ¿por qué me hieres?", manifiesta que debe ofrecerse aquella disposición en el corazón.
San Agustín, de sermone Domini, 1, 19
Nuestro Seńor estuvo preparado, no sólo a permitir que le hiriesen en la otra mejilla por la salvación de todos, sino a ser crucificado en todo su cuerpo. Puede preguntarse qué es lo que entiende por mejilla derecha. Siendo la cara aquello por lo cual somos conocidos, ser herido en la cara, según el Apóstol, equivale a ser despreciado y desdeńado. Pero como la cara no puede decirse que sea derecha ni izquierda, y como la nobleza puede ser una respecto a Dios y otra respecto al mundo, así se distinguen la mejilla derecha de la izquierda, a fin de que cualquier discípulo de Cristo que sea despreciado por ser cristiano, esté preparado a muchos más desprecios si es que tiene honores de este mundo. Todas las cosas en las que sufrimos alguna contrariedad, se dividen en dos clases. Una de ellas es lo que no puede restituirse, y otra lo que sí puede restituirse. En aquello que no puede restituirse está el consuelo de la venganza. Pero, ¿de qué aprovecha el que una vez herido, vuelvas tú a herir? ¿Acaso puede restituirse el dańo que se recibe en el cuerpo? Pero el alma orgullosa desea tales reparos.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
¿Acaso cuando tú te vengas de otro, evitas el que él te vuelva a herir? Antes por el contrario, le instigas para que te hiera, porque la ira no se reforma con la ira, sino que más bien se enciende.
San Agustín, de sermone Domini, 1, 20
De aquí que el Seńor enseńa que mejor debe sufrirse la debilidad de otro, que calmar la propia con el castigo ajeno. Sin embargo, aquí no se prohíbe aquella conducta que puede aprovechar para corregir a otros. Con todo, ella pertenece a la caridad, y no impide aquel propósito en que cada uno está preparado para recibir muchas cosas de aquel a quien quiere corregir. Se requiere, sin embargo, que a aquel que castigue, se le haya concedido poder en el orden de las cosas, y que castigue sólo en aquella forma con que un padre castiga a un hijo pequeńo, a quien no puede aborrecer. Algunos hombres santos han castigado algunas veces con la muerte ciertos pecados, con el objeto de que sirviese de escarmiento a los que viven y sirviese de castigo a aquellos a quienes imponían la pena de muerte. No para que la misma muerte les dańase, sino para que no creciese el pecado si vivían. De aquí es que Elías mató a muchos, de quien habiendo aprendido sus discípulos, el Seńor reprendió en ellos, no el ejemplo del profeta sino la ignorancia en el modo de castigar, advirtiendo que ellos no deseaban el castigo por el deseo de corregir, sino por el odio. Pero después que les enseńó a amar al prójimo, infundiéndoles el Espíritu Santo, no faltaron tales venganzas. Con las palabras de San Pedro, Ananías y su mujer cayeron sin sentido ( Hch 5), y San Pablo Apóstol entregó un hombre a Satanás para perdición de la carne ( 1Cor 5). Y por esto ciertos hombres, ignorando con qué fin lo hicieron, se levantan contra las venganzas corporales que se encuentran en el Antiguo Testamento.
San Agustín, epístolas, 185,5
¿Quién, estando cuerdo, dice a los reyes: "No os importa que uno quiera ser religioso o sacrílego"? ¿Puede decírseles también: "No os importa que en vuestro reino sea uno púdico o impúdico"? Mucho mejor es enseńar a los hombres a adorar a Dios, que obligarlos con la pena. No obstante, a muchos aprovechó (lo que probamos por la experiencia), sufrir primero el dolor y el temor para después enseńar a otros, o lo que es lo mismo, que practicaran lo que ya habían aprendido por las palabras. Así como son mejores aquellos a quienes mueve el amor, así hay muchos a quienes corrige el temor. Aprendan en el Apóstol San Pablo que Jesucristo primero padeció y después enseńó.
San Agustín, de sermone Domini, 1, 20
Comprendan los cristianos que en esta clase de injurias que buscan repararse con el castigo, los cristianos observarán tal moderación que una vez recibida la injuria, no nazca el odio, y el alma esté preparada para sufrir mayores cosas. Ni desprecien la corrección, de la cual pueden servirse, o bien por medio del consejo, o por medio de la autoridad.
San Jerónimo
Según algunos intérpretes místicos, una vez herida nuestra mejilla derecha, no se nos manda presentar la izquierda, sino la otra: esto es, la otra derecha, el justo no tiene mejilla izquierda. Si un hereje nos hiere en alguna disputa, y quisiere herir nuestra fe, que representa la derecha, ofrézcasele otro testimonio de las Sagradas Escrituras.
San Agustín, de sermone Domini, 20
Hay otro género de injurias, que en absoluto pueden restituirse, el cual tiene dos especies: una que pertenece al dinero y la otra a las obras. De la primera de estas dos especies, dice el Salvador: "Y aquél que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa". Luego, así como bajo la forma de una bofetada en la mejilla derecha, representa todas las injurias que no pueden repararse sin castigo, así bajo la del vestido, coloca las que pueden serlo sin castigo. Y todo esto también se entiende que está mandado con toda oportunidad, como preparación del alma y no como ostentación de la buena obra. Y lo que se dice del vestido debe hacerse respecto de las demás cosas, que al menos temporalmente llamamos nuestras. Si se nos dice esto respecto de las más necesarias, ¿cuánto más convendrá despreciar las cosas superfluas? Y esto es lo que el mismo Jesucristo significa cuando dice: "Y a aquel que quiera ponerte pleito". Todas estas cosas se entiende respecto de cuanto en el juicio pueda disputarse respecto de nosotros. Pero acerca de si esto debe entenderse respecto de los siervos, hay sus opiniones. No debe el cristiano tener un criado en la misma forma que tiene un caballo. Aun cuando pueda suceder que se venda el caballo en más precio que el siervo. Pero si el siervo es tratado mejor por ti que por aquel que desea llevárselo, no sé quién se atreverá a decir que debes despreciarlo como al vestido.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
Es indigno que un fiel comparezca en juicio ante un juez infiel. Y si el fiel es seglar, y aquel que debiera tenerte veneración por la dignidad de la fe, te juzga por la necesidad de la causa, perderás la dignidad de cristiano por las cosas del mundo. Además, todo juicio irrita el corazón y subleva las pasiones. Y si te ves atacado con fraude y dinero, e imitas ese ejemplo, te apartas de tu primer consejo.
San Agustín, Enchiridion, 78
Por ello el Seńor prohíbe que sus fieles tomen parte en juicio alguno por cosas mundanas. Sin embargo, como el Apóstol permite que tales juicios se terminen en la Iglesia entre hermanos (siendo también los jueces hermanos) y lo prohíbe terminantemente fuera de la Iglesia ( 1Cor 6), en ello se manifiesta que esto sólo se concede a los débiles, por condescendencia.
San Gregorio Magno, Moralia, 31, 13
Sin embargo, mientras en algunos casos debemos tolerar que nos roben las cosas temporales, en otros, guardando la caridad, debemos impedirlo, no sólo por nuestro interés, sino también para evitar que los ladrones se pierdan. Más debemos temer por los ladrones, que sentir la pérdida de las cosas terrenas. Cuando se pierde la paz del corazón respecto del prójimo por una cosa terrena, se evidencia que amamos al prójimo menos que a las cosas.
San Agustín, de sermone Domini, 1, 20
La tercera clase de estas injurias, que pertenece a las obras, es un compuesto de las dos primeras, y es susceptible de reparación con venganza y sin venganza. Pues el que fuerza a un hombre y lo obliga a ayudarlo en lo malo contra la voluntad de aquél, puede expiar su maldad y abonar lo que se obró por él. En esta clase de injurias enseńa el Seńor al alma cristiana a que sea muy sufrida y preparada a padecer mucho más. Y por esto ańade: "Y el que te precisare a ir cargado mil pasos, ve con él otros dos mil más". Y en esto nos indica que no debemos hacerlo tanto con los pies, cuanto estar preparados para hacerlo con el alma.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom.18,3
Angariar, pues, significa traer injustamente hacia sí y maltratar sin razón.
San Agustín, de sermone Domini, 1, 19
En este sentido debe entenderse lo que está escrito: "Ve con él otros dos mil pasos más", como queriendo nuestro Seńor con ellos completar el número tres, con cuyo número se significa la perfección; para que siempre tenga presente, el que así obra, que cumple perfectamente lo justo. Por lo que explicó este precepto con tres ejemplos, y en este tercero, que es simple, ańadió dos, para que se completase el tercero. O quiso expresar con eso que en sus preceptos se sube de lo tolerable a lo más difícil. Así es que primero manda presentar la otra mejilla, cuando fuese herida la derecha, a fin de que estés preparado a tolerar menos de lo que ya has sufrido. Después, al que quiere quitar la túnica, manda que se le entregue también la capa, o el vestido, según otra versión, lo cual parece ser lo mismo o no mucho más. En tercer lugar, dice que a los mil pasos deben ańadirse otros dos mil, lo cual completa el doble. Pero como es poco no hacer dańo a otro, si no se agrega algún beneficio, ańade: "Da al que te pidiere".
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
Las riquezas no son nuestras sino de Dios. Dios quiso que nosotros fuésemos los dispensadores de sus riquezas, no los dueńos.
San Jerónimo
Pero si interpretamos esto como refiriéndose a las limosnas, esto no puede decirse respecto de muchos pobres, porque aun los ricos, si dieren constantemente, no podrían dar siempre.
San Agustín, de sermone Domini, 1, 20
Dice, pues: "Da a todo el que pida", pero no todas las cosas al que pida, indicando que debe darse lo que se pueda justa y buenamente. ¿Qué se diría si alguno pidiese dinero con el que se propusiera oprimir a un inocente? ¿Qué se diría si pidiese un estupro? Debe darse, pues, lo que no puede hacer dańo ni a ti ni a otro. Cuando niegues lo que se te pide, debes indicar la razón para que se vaya satisfecho, y alguna vez, mejor es corregir que dar al que pide injustamente.
San Agustín, ad vinventium, epístola 93,2
Tiene más utilidad quitar el pan al que tiene hambre si desprecia la justicia, seguro de que no le faltará la comida, que dividir el pan del hambriento si es que terminará seducido por la fuerza de la injusticia.
San Jerónimo
Puede entenderse esto también del dinero de la doctrina que nunca falta, sino que cuanto más se da, tanto más se duplica.
San Agustín, de sermone Domini, 1, 20
En cuanto a aquello que dice: "Y al que te quiera pedir prestado no vuelvas la espalda", debe referirse al alma; pues Dios ama al que da con gusto ( 2Cor 9,7). Así es que realmente el que da presta, aunque el que recibe no pueda pagar, porque Dios devuelve en mayor cantidad lo que han dado los caritativos. Si no se quiere considerar como prestamista sino aquel que recibe intereses, debe entenderse que Dios comprendió estas dos maneras de prestar: porque o damos, o prestamos al que nos lo ha de devolver, y en ambos casos debemos aplicarnos esta exhortación: "No le vuelvas la espalda"; esto es, no quites la voluntad por lo mismo, como si Dios no hubiese de pagar cuando el hombre no paga. Cuando hagas esto por obedecer a Dios, ten entendido que no lo haces infructuosamente.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 12
Luego Jesucristo nos manda dar prestado, pero no con usura porque el que da así, no da sino que roba, desata un vínculo y liga con muchos, no da por la justicia de Dios sino por propia ganancia. El dinero que se obtiene por medio de la usura es parecido a la mordedura de un áspid. Así como el veneno del áspid corrompe todos los miembros de una manera oculta, así la usura convierte todos los bienes en deudas.
San Agustín, ad Marcellinum, epístola 138,2
Objetan algunos que esta doctrina de Cristo es contraria a las costumbres de los pueblos. Ellos dicen, ¿quién permitirá que algo le sea quitado por un enemigo? ¿O no se rebelará contra los saqueos a que el derecho de la guerra ha sometido las provincias romanas? A lo cual se responde: estos preceptos de paciencia deben retenerse siempre en el fondo del corazón como preparación del alma, y la benevolencia, que nos inclina a no dar mal por mal, debe tener un asiento permanente en la voluntad. Deben hacerse muchos beneficios, aun a aquellos que no los quieran recibir, con una energía llena de dulzura, que los someta; y por esto, cuando los gobiernos de la tierra cumplen con los preceptos divinos, las mismas guerras tienen su bondad, y su objeto no es otro que favorecer a los vencidos con el pacto social de la piedad y de la justicia. Ultimamente se vence a quien le asista la licencia del mal, porque no hay nada más infeliz que la felicidad de los que pecan, con la cual se alimenta la impunidad penal y la mala voluntad se robustece como enemigo interior.