"Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos de ellos. De otra manera no tendréis galardón de vuestro Padre, que está en los cielos". (v. 1)
Glosa
Después que Jesucristo perfeccionó la ley en cuanto a los preceptos, empezó a perfeccionar las promesas, a fin de que cumplamos los preceptos de Dios por el premio celestial, no por las recompensas de la tierra que la ley prometía. Todas las cosas terrenas se reducen principalmente a dos, a saber: a la gloria humana y a las riquezas, y parece que ambas cosas están prometidas en la ley. En cuanto a la gloria humana, se dice en el Deuteronomio: "El Seńor te hará el más excelso de todas las gentes que hay sobre la tierra" ( Dt 28,1). De la abundancia de los bienes temporales dice en el mismo libro: "El Seńor te hará abundante en toda clase de bienes" ( Dt 6,11), y por lo mismo el Seńor excluye estas dos clases de bienes de la intención de los fieles, a saber, las glorias y la abundancia de bienes terrenos.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19
Pero debe tenerse en cuenta que el deseo de la gloria está cerca de los virtuosos.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 13
Cuando se hace alguna cosa que nos sirve de gloria, allí encuentra el hombre con más facilidad ocasión de gloriarse. Y por ello el Seńor separa el pensamiento de la gloria en primer lugar. Comprendió que entre todos los defectos humanos el más peligroso para los hombres era éste: cuando todos los males mortifican a los hijos del diablo, el deseo de la vanagloria mortifica más bien a los hijos de Dios que a los hijos del demonio.
Próspero, ad Agustinum Hipponensem, epístolas, 318
Cuánto poder tenga para hacer dańo el deseo de la vanagloria, nadie lo conoce mejor que aquel que le declara la guerra. Porque aunque le es fácil a cada uno no buscar su propia alabanza cuando ésta se niega, con todo, difícil es no complacerse en ella cuando se ofrece.
Sam Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 19,1
Es necesario fijarse mucho en su entrada, no de otro modo que si hubiéramos de tenernos en guardia contra una fiera, presta a arrebatar a aquel que no la vigila. Entra con silencio y destruye por medio de los sentidos todas las cosas que encuentra en el interior.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 19
Y por lo mismo nos ordena evitar eso con mucha cautela, diciendo: "Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres". Debemos fijarnos en nuestro corazón. La serpiente que debemos observar es invisible, entra en secreto y seduce. Mas si esta invasión del enemigo ha sucedido a la inocencia de un corazón puro, bien pronto conoce el justo que sufre las influencias de un espíritu extrańo, pero si el corazón está lleno de iniquidades no comprende fácilmente las sugestiones del demonio. Y por ello dice Jesucristo: "No te ensoberbezcas, no desees", etc.; porque el que está sujeto a estos males, no puede fijarse en las tendencias de su corazón. ¿Pero cómo puede suceder, que hagamos limosnas y no las hagamos en presencia de los hombres? Y si se hace, ¿cómo dejaremos de percibirlo? Y si un pobre se nos presenta estando otro delante, ¿cómo le daremos limosna a escondidas? Llamarlo aparte sería declarar la limosna. Pero considera que nuestro Seńor no ha dicho tan solamente: "En presencia de los hombres", sino que ańade: "Para que seáis vistos por ellos". El que no procura ser visto por los hombres, aun cuando haga algo en presencia de los hombres, no puede decirse que obra en presencia de ellos. El que hace algo por Dios no ve a nadie en su corazón más que al mismo Dios, por quien hace aquello, así como el artista tiene siempre presente a aquella persona que le encargó la obra en que se ocupa.
San Gregorio Magno, Moralia, 8, 3
Si, pues, buscamos la gloria del Dador Supremo, para su sola mirada es el espectáculo de las buenas obras aun hechas en público; pero si buscamos nuestra alabanza por medio de ellas, ya pueden considerarse también como publicadas fuera de su mirada, aun cuando sean ignoradas por muchos. Es propio de personas perfectas que, cuando una obra se hace en público, se busque la gloria de su autor, no alegrándose de la gloria individual que de ahí resulte. Mas como los débiles no saben sobreponerse despreciándola, es necesario que oculten el bien que hacen.
San Agustín, de sermone Domini, 2, 1
Por estas palabras: "Para que seáis vistos por ellos", no ańadiendo nada, se evidencia que en esto prohibió que pongamos en ello el fin de nuestro propósito, porque el Apóstol dice a los fieles de Galacia: "Si yo me dedicase a agradar a los hombres, no podría ser siervo de Dios" ( Gál 1,10). En otro lugar dice a los fieles de Corinto: "Yo agrado a todos en todas las cosas" ( 1Cor 10,33); lo cual no hace por agradar a los hombres sino por agradar a Dios, a cuyo amor quería convertir los corazones de los hombres, que es lo que buscaba, agradándoles así, como significaría decir: "En los trabajos con que busco la nave, no es la nave lo que busco, sino la patria".
San Agustín, sermones 54,3-4
Dice también nuestro Seńor: "Para que seáis vistos por ellos", porque hay algunos que obran las cosas justas delante de los hombres, de tal modo que no desean ser vistos por ellos, sino que sean vistas sus obras y sea glorificado el Padre que está en los cielos. No buscan, pues, su gloria, sino la de Aquél en cuya fe viven.
San Agustín, de sermone Domini, 2, 1
Respecto a esto, también ańade: "De otra manera no tendréis premio alguno delante de vuestro Padre que está en los cielos", con lo cual no demuestra ninguna otra cosa sino que no debemos buscar la alabanza humana como premio de nuestras buenas obras.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 13
¿Qué esperarás recibir de Dios, tú que nada has dado a Dios? Lo que se hace por Dios se ofrece a Dios y El lo recibe; lo que se hace por los hombres, se convierte en aire. ¿Qué clase de sabiduría es dar las cosas a cambio de palabras vanas y despreciar el premio de Dios? Considera que aquel de quien esperas la alabanza, como sabe que tú estás obligado a hacer aquello por Dios, más bien se burlará de ti antes que alabarte. Y aquel que hace las cosas con pleno conocimiento por los hombres, manifiesta que ha obrado así por los mismos hombres. Si viene algún pensamiento vano sobre el corazón de alguno, deseando aparecer bien delante de los hombres, y el alma, que así lo comprende, lo contradice, aquél no ha hecho esto por los hombres, porque lo que ha pensado es una pasión de su propia carne, y lo que ha elegido es la sentencia de su alma.