Cuando hubo nacido Jesús en Belén de Judá en tiempo de Herodes el Rey, he aquí unos Magos vinieron del Oriente a Jerusalén diciendo: "¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? porque vimos su estrella en el oriente, y venimos a adorarle". (vv. 1-2)
San Agustín,
in sermone 5 de Epiphania
Consumado el milagro del parto virginal, en que el útero lleno de la divinidad dio a luz al Dios-Hombre sin perder el sello de su integridad, entre los tenebrosos escondrijos de un establo y la estrechez de un pesebre, en los que la Majestad infinita, reduciéndose en las cortas dimensiones de un tierno cuerpecito, mora suspendido del pecho materno, y todo un Dios permite ser envuelto en viles pańales, un nuevo astro aparece de repente en el cielo iluminando la tierra. Y disipada la niebla que cubría todo el mundo, convierte la noche en día para que el día no quedase oculto entre la noche. Por eso dice el evangelista: "Pues cuando hubo nacido".
Remigio
Al principio de esta lección evangélica se precisan tres cosas: la persona, "Habiendo nacido Jesús"; el lugar, "en Belén de Judá"; el tiempo, "En los días de Herodes el Rey"; circunstancias que aduce en confirmación del hecho que va a referir.
San Jerónimo,
in Matthaeum, 1
Es de creer que el evangelista puso primeramente, como leemos en el hebreo
Judá, no
Judea. Porque no habiendo en las demás naciones ninguna ciudad llamada Belén, no podía poner aquí, con objeto de distinguirla, Belén de Judea; y por eso escribe
Judá. Pues en el libro de Josu, hijo de Nave, leemos otra ciudad de Belén en la Judea.
La glosa
Hay dos ciudades con el nombre de "Belén": una en la tribu de Zabulón y otra en la de Judá, que antes se llamó "Efratá".
San Agustín,
de consensu evangelistarum, 2,15
San Mateo y San Lucas están de acuerdo sobre la ciudad de Belén, pero San Lucas nos dice cómo y por qué vinieron a esta ciudad José y María, mientras San Mateo lo pasa por alto. Por el contrario, San Lucas omite la venida de los magos de Oriente y San Mateo la refiere.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum super Matthaeum, hom. 2
Pero veamos por qué el evangelista designa el tiempo en que nace Cristo, diciendo: "En los días de Herodes el Rey". Lo designa para demostrar que la profecía de Daniel, vaticinando que Cristo había de nacer después de terminadas las setenta semanas de ańos, acababa de cumplirse, pues desde aquel tiempo hasta el reinado de Herodes transcurre exactamente ese tiempo. O porque mientras la nación judaica era gobernada por reyes judíos, aunque pecadores, se le enviaban profetas para su remedio. Mas ahora, cuando la ley de Dios se encontraba pisoteada bajo el cetro de un rey intruso y la justicia de Dios oprimida por la dominación romana, nace Cristo; porque habiéndose hecho la enfermedad ya casi incurable, requería un médico más hábil.
Rábano
O también hizo mención del rey extranjero, para que se cumpliese la profecía: "No será quitado de Judá el cetro, y de su muslo el caudillo, hasta que venga el que ha de ser enviado" (
Gén 49,10).
San Ambrosio,
in Lucam, 3,41
Se cuenta que habiendo entrado en Ascalón unos salteadores idumeos, se llevaron cautivo, entre otros a Antípater. Iniciado éste en los misterios de los idumeos, se une en estrecha amistad con Hircano, rey de Judea. Este le envió a Pompeyo para que hablase en su favor. Y habiendo prosperado la embajada, pretendió como recompensa una parte del reino. Muerto Antípater, un decreto del senado concede, bajo Antonio, el reino de los judíos a su hijo Herodes; resultando que éste, sin afinidad ninguna con la raza judía
1, se alzó con el reino por la falsía y las intrigas.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 6
Dijo: "de Herodes el rey" marcando la dignidad, porque hubo otro Herodes, el que mandó dar muerte a Juan.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum super Matthaeum, hom. 2
Habiendo pues, nacido en este tiempo, "he aquí unos Magos vinieron" -es decir, apenas nació-, mostrando al Dios grande en un pequeńo nińo.
Rábano
Magos son los que filosofan sobre todo, pero el lenguaje común toma esta palabra en la acepción de
hechiceros. Estos magos, sin embargo, son considerados de otra manera en su país, puesto que son los filósofos de los caldeos, y sus reyes y príncipes ajustan siempre todos sus actos a la ciencia de estos hombres. Así es que fueron los primeros que conocieron el nacimiento del Seńor.
San Agustín,
in sermone 4 de Epiphania
Estos magos, ¿qué otra cosa fueron sino las primicias de las naciones? Los pastores eran israelitas, los magos
2, gentiles; éstos vinieron de tierras lejanas, aquéllos de cerca. Sin embargo, unos y otros acudieron con presteza a la piedra angular.
San Agustín,
in sermone 2 de Epiphania
No se manifestó Jesús ni a los sabios ni tampoco a los justos, sino que prevaleció la ignorancia en la rusticidad de los pastores y la impiedad en los magos sacrílegos de la Caldea. A unos y a otros se ofrece aquella piedra angular, porque había venido a elegir la ignorancia para confundir a los sabios, y no a llamar a los justos, sino a los pecadores, a fin de que ningún poderoso se ensoberbeciese y ningún débil desesperase.
La glosa
Estos magos eran reyes, y si se dice que ofrecieron tres dones, no se significa con esto que ellos no fueran más que tres, sino que en ellos estaban representadas todas las naciones descendientes de los tres hijos de Noé que habían de ser llamadas a la fe. Si los príncipes fueron tres, podemos creer que el número de los que les acompańaban era mucho mayor. No vinieron después de un ańo, porque entonces habrían encontrado al nińo en Egipto y no en el pesebre, sino a los trece días de su nacimiento. Se dice "de Oriente" para manifestar el lugar de donde venían.
Remigio
Debemos tener presente que hay varias opiniones acerca de los magos. Unos dicen que eran caldeos porque los caldeos adoraban las estrellas. Por esto dijeron que el falso dios a quien ellos habían adorado como tal, les había manifestado cuál era el verdadero Dios. Otros afirman que los magos eran persas. Otros, que vinieron de los últimos confines de la tierra. Otros, en fin, que eran descendientes de Balaam, lo cual es más creíble, pues Balaam entre otras cosas profetizó que "nacería una estrella de Jacob" (
Núm 24,17). Sus descendientes que conservaban esta profecía, la vieron cumplida al aparecer esta estrella.
San Jerónimo,
in Matthaeum, 2
De este modo los descendientes de Balaam sabían por su profecía que esta estrella había de aparecer. Pero se preguntará: ¿cómo, siendo caldeos o persas o de las más apartadas regiones de la tierra, pudieron llegar a Jerusalén en tan poco tiempo?
Remigio
Algunos contestaban a esto que el nińo que acababa de nacer tenía poder para hacerlos llegar en tan pocos días desde los confines de la tierra.
La glosa
No es de extrańar que en trece días pudieran venir a Belén viajando sobre caballos árabes y dromedarios que son tan veloces para caminar.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum super Matthaeum, hom. 2
Tal vez emprendieron el camino dos ańos antes del nacimiento de Jesucristo, guiados por la estrella, llevando todas las provisiones necesarias para el camino.
Remigio
Si estos reyes eran descendientes de Balaam, pudieron venir en tan poco tiempo a Jerusalén porque no distaban mucho de la tierra prometida. Pero entonces se podrá preguntar ¿por qué el evangelista dice que vinieron de Oriente? Porque su país estaba situado en la frontera oriental de Judea. Por otra parte, las palabras "vinieron del Oriente" nos ofrecen el magnífico pensamiento de que, siendo Jesucristo llamado "el Oriente" según aquellas palabras de Zacarías: "He aquí un hombre, el Oriente es su nombre" (
Zac 6,12), todos los que vienen al Seńor, vienen de El y por El.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum super Matthaeum, hom. 2
De donde nace la luz, allí tuvo la fe su origen, porque la fe es la luz de las almas. Vinieron, pues, de Oriente, pero a Jerusalén.
Remigio
Aunque el Seńor no había nacido allí, porque aunque supieron la época del nacimiento, no conocían el lugar donde había de nacer. Pero siendo Jerusalén la ciudad real, creyeron ellos que un nińo de tal condición no debía nacer sino en una ciudad de reyes. O vinieron a Jerusalén para que se cumpliese lo que estaba escrito: "De Sión saldrá la Ley, y la palabra del Seńor de Jerusalén" (
Is 2,3). O tal vez para que la diligencia de los magos sirviese de condenación a la indiferencia de los judíos.
"Vinieron, pues, a Jerusalén diciendo: ¿Dónde está el que ha nacido Rey de los judíos?".
San Agustín,
in sermone 2 de Epiphania
Eran muchos los reyes que habían nacido y habían muerto en Israel; ¿era por ventura alguno de éstos a quien los magos buscaban para prestarle adoración? Ciertamente no, porque de ninguno de ellos les había hablado el cielo. Estos reyes, extranjeros y de un país tan remoto, no se juzgaban obligados a prestar un homenaje tan grande a un rey de la clase y condición que lo eran ellos en su país; sino que habían aprendido que debía ser tal la condición del que había nacido, que, adorándolo, no podía ofrecerles duda alguna el conseguir la salvación, que consiste en el mismo Dios. Por otra parte, tampoco la edad se prestaba a la adulación humana, no estaban cubiertos de púrpura los miembros del recién nacido, ni brillaba una diadema en su cabeza; ni pudo ser la pompa de los servidores, ni el terror de los ejércitos, ni la fama de gloriosos combates lo que atrajese a estos varones de tan remotas tierras con fe tan grande y tan ardientes votos. Un nińo recién nacido,
pequeńito, menospreciado por la pobreza se manifiesta recostado en un pesebre. Pero se oculta bajo estas apariencias alguna cosa grande que aquellos hombres, primicias de los gentiles, habían comprendido, no por testimonio de la tierra, sino del cielo. Por eso decían: "Hemos visto su estrella en el Oriente". Anuncian y preguntan, creen y buscan, a imagen de aquéllos que caminan en la fe y desean ver.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 6
Es preciso saber que los herejes priscilianistas que creen que las diferentes constelaciones presiden los destinos de los hombres, se han servido de este pasaje para apoyar su error, y han hablado de esta estrella que aparece al nacer el Salvador, como si fuera la estrella de su destino.
San Agustín,
contra Faustum, 2,1
Esta estrella, según Fausto, es mencionada aquí como confirmando el nacimiento del Salvador, sacando por conclusión que el libro que refiere este acontecimiento debe llamarse mejor
Genesidium, esto es, libro de la estrella del nacimiento.
San Gregorio Magno,
homiliae in evangelia, 10
Pero nosotros estamos lejos de admitir lo que ellos llaman el destino.
San Agustín,
de civitate Dei, 5,1
Por la palabra
destino, además del sentido ordinario en que la usan los hombres, se entiende la influencia de ciertas posiciones de los astros correspondientes a la concepción o al nacimiento de los hombres, y en los cuales algunos ven un poder independiente de la voluntad de Dios. Este error, que es el de algunos paganos, debe ser rechazado por todos. Otros dicen que Dios ha dado a los astros esta influencia, grave injuria a la majestad divina que nos muestra a la corte celestial decretando crímenes por los cuales una ciudad de la tierra debería ser destruida por la indignación de todo el género humano, si ésa fuera su estrella.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum super Matthaeum, hom
Si un hombre se hace homicida o adúltero por la influencia de una estrella, grande es la iniquidad de esa estrella, pero mucho mayor es la de aquel que la creó; porque Dios, en su sabiduría infinita, sabiendo el porvenir y viendo todo el mal que ha de producir esa estrella, no sería bueno si, pudiendo, no ha querido impedirlo, o no es Todopoderoso si no ha podido impedirlo. Además, si es una estrella la que nos hace buenos o malos, nuestras virtudes no merecen premio ni nuestros vicios merecen castigos, porque nuestros actos no dependerían de nuestra voluntad. ¿Por qué he de ser yo castigado por un mal que no he hecho por mi propia voluntad sino obligado por la fatalidad? En fin, los mandamientos de Dios prohibiendo el mal y aconsejando el bien, ¿no se destruyen por esta doctrina insensata? ¿Quién puede mandar a un hombre, evitar el mal que no puede evitar y exhortarle al bien que no puede hacer?
San Gregorio Niseno,
Inútiles son las exhortaciones cuando se dirigen a aquel que vive bajo la fatalidad. La bondad divina y su providencia quedan desterradas del mundo por esta doctrina, según la cual el hombre no es otra cosa que un instrumento movido por el influjo o la acción de las estrellas. Estos movimientos celestes, dicen sus secuaces, determinan no solamente los de nuestros cuerpos, sino también los pensamientos de nuestra alma, destruyendo así, los que tal cosa afirman, no solamente la realidad de todo lo que existe en nosotros, sino la naturaleza del ser contingente. Esto no es más que destruir todas las cosas, y lo que es más, el libre albedrío. Es preciso, no obstante, que nosotros existamos en libertad.
San Agustín,
de civitate Dei, 5,6
No puede decirse, sin embargo, que sea absurdo atribuir algunas modificaciones corporales a la influencia de los astros. Así, es indudable que los adelantos y los retrasos del sol influyen en la variedad de las estaciones; y las diversas fases de la luna en sus crecientes o menguantes influyen indudablemente en el crecimiento o decrecimiento de ciertas cosas en la naturaleza, como por ejemplo, el maravilloso flujo y reflujo del océano. Pero las voliciones del alma no deben someterse a la influencia de los astros.
San Agustín,
de civitate Dei, 5,1
Y si se dice que los astros son signos y no
autores de las operaciones de los hombres, ¿qué podrán contestar a lo que se observa en la vida de los gemelos? A saber que en sus acciones, en sus sucesos, en sus profesiones, en su conducta, honores y otras cosas de la vida, en la muerte misma se encuentra casi siempre más diferencia que la que existe entre ciertas personas completamente extrańas las unas a las otras. Menos diferencia se encuentra aun en la vida de estos últimos que en la de los gemelos, cuyo nacimiento no ha sido separado más que por un instante y cuya concepción ha sido simultánea.
San Agustín,
de civitate Dei, 5,2
Los pocos instantes que separan el nacimiento de dos gemelos no bastan para explicar la gran diversidad que existe entre sus voluntades, sus actos, su conducta y todos los acontecimientos de su vida.
San Agustín,
de civitate Dei, 5,7 y 5,9
Ańade: algunos dan el nombre de destino no a las diferentes posiciones de los astros, sino a la conexión y serie de causas que ellos someten o atribuyen al poder de Dios y a su voluntad soberana. Si alguno dice que las cosas humanas dependen del destino y entiende por destino a la voluntad de Dios, conserve su manera de sentir, pero corrija su modo de hablar. Porque comúnmente se llama destino a la influencia que los astros tienen sobre la tierra, y no a la voluntad de Dios, a menos que no hagamos venir la palabra de la latina
fatum y ésta de
favi, hablar; pues está escrito: "Una vez habló Dios, estas dos cosas he oído" (
Sal 61,12). Así no debemos discutir con ellos sobre la significación de la palabra.
San Agustín,
contra Faustum, 2,5
Si nosotros no ponemos el nacimiento de ningún hombre bajo la acción fatal de los astros, para librar de toda determinación del destino el albedrío de la voluntad, con mucha más razón no debemos admitir que el nacimiento temporal del Creador de todas las cosas haya estado sujeto a esta influencia. Esta estrella que vieron los magos a la entrada de la cuna del Salvador, no significaba, pues, la fatalidad y la dominación, sino que se manifestaba como a su servicio y para dar testimonio. No era, por lo tanto, del número de aquellos astros que desde el principio del mundo siguen bajo la voluntad del Creador el orden prescrito de sus caminos, sino que era un nuevo astro creado para el parto de la Virgen y para ofrecer su ministerio, marchando delante de ellos, a los magos que buscaban a Cristo y conducirles al lugar donde estaba el Verbo, Nińo Dios. ¿Quiénes son, pues, los astrólogos que se hayan atrevido a creer en una fatalidad de los astros tal que afirmen que una estrella abandone su curso para ir al lugar en que se encuentra el recién nacido? Lejos de probar que las estrellas abandonen su camino y alteren el orden establecido por un nińo que nace entre los hombres, enseńan, al contrario, que la suerte del nińo es la que está ligada al orden de las estrellas. Por lo cual, si esta estrella era de las que en el cielo cumplen sus destinos, ¿cómo podía juzgar lo que Cristo había de hacer, aquel astro que, al nacer Cristo, había sido obligado a abandonar sus caminos? Si, por el contrario, y lo que es más probable, la estrella nació para dar a conocer a Cristo, no podemos decir que Cristo nació porque ella existía, sino que ella existía porque Cristo nació. De suerte que podría decirse con razón que no fue la estrella el destino de Cristo, sino que Cristo fue el destino de la estrella, porque El fue la causa de la existencia de ella, y no ella de la de El.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 6
No es propio de la astrología averiguar mediante los astros quienes son los que nacen, sino conjeturar el destino del hombre por la hora de su nacimiento. Ahora bien, los magos no conocieron el tiempo del nacimiento para adivinar por la posición de las estrellas el porvenir del recién nacido, sino al contrario, puesto que dijeron: "Hemos visto su estrella".
La glosa
Esto es, su propia estrella, la que El ha creado para anunciarse.
San Agustín,
sermones, 204,1
Los ángeles anuncian a los pastores que ha nacido Cristo; a los magos, una estrella. El cielo con su lenguaje habla a unos y a otros, porque el de los profetas había cesado. Los ángeles habitan los cielos que embellecen los astros; los cielos, pues, cantan a unos y a otros las glorias del Seńor.
San Gregorio Magno,
homiliae in evangelia, 10
Con razón un ser racional, esto es, un ángel, fue enviado a predicar a los judíos, como a gentes que usaban de la razón, mientras que los gentiles, indóciles a la razón, son conducidos a la cuna de Jesucristo, no por la palabra humana, sino por la aparición de un signo. Las profecías habían sido dadas a los primeros, porque eran fieles; las maravillas a los segundos, a causa de su infidelidad. Los apóstoles predicaron a las naciones a Jesucristo cuando había llegado a la plenitud de su edad, mientras que una estrella se los había anunciado cuando era pequeńo y no podía articular palabra.
San León Magno,
in sermone 3 de Epiphania
Era el mismo Cristo, esperanza de las naciones, cuya innumerable descendencia había sido prometida un día al justo Abraham, multiplicada no por la sangre, sino por la fe, y comparada a la multitud de estrellas que tachonan la bóveda celeste, a fin de que el patriarca, a quien la promesa se había hecho, la comprendiera como una generación del cielo y no de la tierra. Con el nacimiento de una nueva estrella es como los herederos figurados por las estrellas son llamados a formar esta nueva generación, con el fin de que lo mismo que había servido de testimonio que el cielo daba a la tierra, sirviese de homenaje que la tierra prestaba al cielo.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 6
Es evidente que aquélla no debió ser una estrella ordinaria, dado el camino que recorría, que nunca fue el de una estrella ordinaria, del norte al sur, que tal es la posición de Palestina con respecto a Persia. En segundo lugar, esto se puede deducir también del tiempo en que apareció, porque no era visible solamente de noche, sino en la mitad del día, lo cual no acontece con ninguna estrella, ni aun con la misma luna. En tercer lugar, porque unas veces aparecía y otras desaparecía, ocultándose cuando los magos entraron en Jerusalén y apareciendo de nuevo cuando dejaron a Herodes, no teniendo tampoco un andar fijo ni marcha determinada, sino que cuando a los magos convenía caminar, ella caminaba, y cuando les convenía detenerse, ella se detenía, de la misma manera que acontecía con la columna de nube en el desierto. Y no anunciaba el parto de la Virgen permaneciendo en las alturas, sino descendiendo de ellas, lo cual no es propio de una estrella ordinaria, sino de una voluntad inteligente, de donde podemos deducir que no era
simplemente una estrella, sino más bien una virtud invisible que había tomado esta forma.
Remigio
Algunos creen que esta estrella era el Espíritu Santo, apareciéndose a los magos bajo esta forma, el mismo que había de descender más tarde en forma de paloma sobre el Seńor en su bautismo. Otros creen que fue un ángel, y que el mismo que se apareció a los pastores se apareció también a los magos.
La glosa
Prosigue el evangelista: "En Oriente". Es dudoso si la estrella apareció en oriente, o si esta expresión indica solamente que ellos desde el oriente, en donde estaban, la vieron hacia el occidente. Ella pudo muy bien aparecer en oriente y conducirlos a Jerusalén.
San Agustín,
sermones, 374,1
Pero dirás: ¿Quién les había dicho que esta estrella significaba el nacimiento del Salvador? Sin duda por revelación de los ángeles. ¿Pero ángeles buenos o malos? Ciertamente que hasta los ángeles malos, los demonios mismos, han confesado que El era hijo de Dios. Pero, ¿por qué no había de ser por revelación de los ángeles buenos, toda vez que, adorando a Cristo encontraban su salvación y no su ruina? Los ángeles pudieron decirles: "La estrella que habéis visto es la de Cristo: id, adoradle en el lugar en que ha nacido y ved a la vez quién es y cuán grande es".
San León Magno,
in sermone 4 de Epiphania
Además de esta aparición de la estrella que hirió su vista corporal, el rayo más resplandeciente de la verdad instruyó sus corazones, lo cual correspondía a la iluminación de la fe.
Ambrosiaster,
quaestiones Novi et Veteri Testamenti, q. 63
O comprendieron que el Rey de los judíos había nacido, porque la estrella solía ser signo de un rey temporal. Estos magos caldeos no estudiaban el curso de los astros con intención torcida, sino por curiosidad científica; porque, como puede entenderse, ellos seguían las tradiciones de Balaam, que había dicho: "Una estrella nacerá de Jacob" (
Núm 24,17). Así, viendo ellos una estrella que no era de las constelaciones ordinarias, juzgaron que ésta era la que Balaam había anunciado como seńal del nacimiento del Rey de los judíos.
San León Magno,
in sermone 4 de Epiphania
Esto que ellos habían creído y habían comprendido, les debía haber bastado para no tener necesidad de examinar con los ojos del cuerpo, lo que habían visto plenamente con los ojos del alma. Pero aquel mismo celo, aquella perseverancia que tuvieron hasta ver al Nińo Jesús, debía servir a los hombres de nuestros tiempos; porque así como el examen de las llagas del Salvador, después de su resurrección, por el apóstol Santo Tomás fue útil para nosotros, también lo fue el que los magos vieran con sus propios ojos la infancia del Salvador. Por esto dijeron: "Hemos venido a adorarle".
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum super Matthaeum, hom. 2
¿Pero acaso no sabían que en Jerusalén reinaba Herodes? ¿No sabían que cualquiera que, estando vivo un rey, proclama a otro o lo adora es castigado con la pena de muerte? Era que mientras tenían su vista fija en el Rey futuro no temían al rey presente, era que aun cuando todavía no habían visto a Cristo, estaban, sin embargo, dispuestos a morir por El. ĦOh, bienaventurados magos! que antes de conocer a Cristo fueron confesores de Cristo en presencia del rey más cruel.
Notas
1.
Herodes era hijo del idumeo Antipatro, mayordomo en la corte de Juan Hircano II, y de Cipro, hija de un príncipe árabe.
2.
El p. Reboli comenta. El nombre de
mago se deriva, según algunos, de la palabra súmera
emgu o de la asiríaca
mahhu. Para otros es voz indoeuropea: en sánscrito
maha; en persa
mogh, en griego
megaV;
y significa grande, ilustre. Nabucodonosor confirió a Daniel el título de Rab-Magh o gran mago (Dan 2,48). Después de Cristo se tomó la palabra en sentido peyorativo. San Mateo la usa en su mejor acepción.