"Por tanto, si fueses a ofrecer tu ofrenda al altar y allí te acordares que tu hermano tiene alguna cosa contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y ve primeramente a reconciliarte con tu hermano, y entonces ven a ofrecer tu ofrenda". (vv. 23-24)
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 10
Si no es lícito enfurecerse contra su hermano ni decirle raca ni necio, mucho menos debemos tener ninguna animadversión que pueda degenerar en odio, y por esto ańade: "Por tanto, si fueres a ofrecer tu ofrenda al altar y allí recordares que tu hermano tiene alguna cosa contra ti".
San Jerónimo
No dijo si tú tienes algo contra tu hermano, sino si tu hermano tiene algo contra ti, como imponiéndote con más dureza la necesidad de reconciliarte.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 10
Entonces él tiene algo contra nosotros, si le hemos ofendido en algo; pero nosotros tenemos algo en contra de él, si él nos ha ofendido, en cuyo caso no es necesario procurar su reconciliación. No pedirás el perdón a aquel que te hace alguna ofensa, sino que lo que haces es perdonarlo. Como deseas que Dios te perdone, perdona tú también a tu hermano.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
Pero si aquél te ofendiere y fueses el primero en pedirle el perdón, adquirirás un gran mérito.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 16,9
Pero si alguno no procura reconciliarse con él por amor al prójimo, lo induce a esto para que sus buenos oficios no queden incompletos, especialmente si se verifican en un lugar sagrado. Por esto ańade: "Deja allí tu ofrenda delante del altar y ve primeramente a reconciliarte con tu hermano".
San Gregorio,
hom 1
El Seńor no quiere recibir el sacrificio de los que están enemistados. De aquí podéis conocer cuán grande sea el mal de la enemistad, por lo cual se rechaza aun aquello, en virtud de lo cual se perdona la culpa.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
Ve aquí la gran misericordia de Dios, que da preferencia a las utilidades de los hombres sobre su honor, más bien quiere la unión de los fieles que sus ofrendas. Cuando los hombres fieles tienen alguna disensión entre sí, no recibe ninguna ofrenda de ellos, ni oye ninguna de sus oraciones, mientras dura la enemistad. Ninguno, pues, puede ser amigo fiel de dos que son enemigos entre sí, y por ello, Dios no quiere ser amigo de los fieles mientras sean enemigos entre sí. Y nosotros no guardamos la fe a Dios si amamos a sus enemigos y aborrecemos a sus amigos. Aquel que ofende primero, debe ser el que pida la reconciliación. Has ofendido con el pensamiento, debes reconciliarte por medio del pensamiento; has ofendido con palabras, con palabras debes reconciliarte; has ofendido con obras, con obras debes reconciliarte. Todo pecado, del mismo modo que se comete, debe hacerse por él penitencia.
San Hilario,
in Matthaeum, 4
Una vez obtenida la paz humana manda volver a la divina, para pasar de la caridad de los hombres a la de Dios, y por ello sigue: "Y entonces ven a ofrecer tu ofrenda".
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 10
Si lo que aquí se dice se toma al pie de la letra, acaso crea alguno que esto conviene hacerlo así, no puede dilatarse la reconciliación por mucho tiempo si el hermano está presente, puesto que se nos manda dejar la ofrenda delante del altar; mas si está ausente y (lo que puede suceder también) al otro lado del mar, es un absurdo el creer que debe dejar su ofrenda delante del altar y recorrer las tierras y los mares antes de ofrecerla al Seńor. Por ello se nos manda recogernos en el interior y pensar espiritualmente, para que pueda entenderse aquello que se dice, sin incurrir en absurdos. Por altar debemos entender, espiritualmente hablando, la fe. La ofrenda que ofrecemos al Seńor, ya sea por medio de la enseńanza, ya por medio de la oración, o ya por cualquier otro concepto, no puede ser aceptable delante de Dios si no va adornada con la fe. Si, pues, hemos ofendido a nuestro hermano en alguna cosa, debemos ir a reconciliarnos con él, no con los pies del cuerpo, sino con los movimientos del alma, prostrándonos ante el hermano con afectos de humildad, en presencia de Aquel a quien vamos a ofrecer. Y así, como si estuviese presente, podremos calmarlo, no con ánimo afectado, sino pidiéndole perdón y al volver, esto es, renovando la intención de lo que habíamos empezado a hacer, ofreceremos nuestra ofrenda.