"Porque os digo en verdad, que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás: pues el que matare, reo será en el juicio. Mas yo os digo, que todo aquél que se enoja con su hermano, reo será en el juicio. Y quien dijere a su hermano raca, reo será en el concilio. Y quien dijere insensato, reo será en el infierno". (vv. 20-22)
San Hilario,
in Matthaeum, 4
Con tan magnífico exordio empezó a plenificar la obra de la ley antigua y a anunciar a sus Apóstoles que no les será posible la entrada en el Reino de los Cielos si no aventajan a los fariseos en justicia. Esto es lo que manifiesta cuando dice: "Porque os digo, que si vuestra justicia no fuere mayor", etc.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom.16,4
Llama justicia aquí a la virtud universal. Entiéndase en esto el aumento de la gracia. A sus discípulos los consideraba todavía como ignorantes, pero quiere que sean mejores que los maestros en el Antiguo Testamento. No llamó inicuos a los escribas y a los fariseos porque no negó que tenían justicia. Considera también que con estas cosas confirma el Antiguo Testamento delante de sus Apóstoles, comparándolo con el Nuevo, resultando el más y el menos dentro del mismo género. La justicia de los escribas y los fariseos son los mandamientos de Moisés. Los cumplimientos de aquellos mandatos son los preceptos de Jesucristo. Esto es, pues, lo que dice: Si alguno, además de los preceptos de la ley, no cumple estos preceptos míos, que ellos consideraban como pequeńos, no entrará en el Reino de los Cielos; puesto que aquellos preceptos libran de la pena (debida a los transgresores de la ley), mas no llevan al Reino de los Cielos, pero éstos libran de la pena y llevan al cielo. Siendo una misma cosa quebrantar los preceptos pequeńos y no cumplirlos, ¿por qué dice arriba, del que los quebranta, que se llamará pequeńo en el reino de Dios, y ahora dice del que no los cumple, que no entrará en el Reino de los Cielos? Pero entiende que ser pequeńo en el Reino, es lo mismo que no entrar en él y que estar en el Reino no es reinar con Cristo, sino vivir en el pueblo de Cristo. Como si dijese del que no cumple que estará entre los cristianos, pero que será un cristiano pequeńo, y que el que entra en el Reino, participa del Reino con Jesucristo. Por lo tanto, éste que no entra en el Reino de los Cielos, no tendrá gloria con Jesucristo. Sin embargo, estará en el Reino de los Cielos, esto es, en el número de aquéllos sobre quienes reina Jesucristo, que es el rey de los cielos.
San Agustín,
de civitate Dei, 20,9
O como dice en otro lugar: "Si vuestra justicia no fuese mayor que la de los escribas y de los fariseos", esto es, de aquéllos que no practican lo que enseńan porque de ellos ya ha dicho San Mateo: "Dicen y no hacen" (
Mt 23,3). Como si dijese: si no abundase vuestra justicia de modo que no quebrantéis, sino más bien hagáis lo que enseńáis, no entraréis en el Reino de los Cielos. Antes se entendía el Reino de los Cielos donde están ambos: el que no practica lo que enseńa y el que lo practica, pero el primero se llama pequeńo y el segundo grande, por lo que se entiende como Reino de los Cielos a la Iglesia presente. Aquí, se entiende el Reino de los Cielos donde entra aquel que cumpla la ley. Esta es la Iglesia tal y como será en la otra vida.
San Agustín,
contra Faustum, 19, 30
Este nombre de Reino de los Cielos, que con tanto interés nombra nuestro Seńor, no sé si alguno lo habrá encontrado escrito en los libros del Antiguo Testamento. Propiamente hablando pertenece a la revelación del Nuevo Testamento, porque se reservaba nombrarlo a los labios de Aquel a quien prefiguraba el Antiguo Testamento para regir y gobernar a sus siervos. Este fin, al cual deben referirse los preceptos, estaba oculto en el Antiguo Testamento, aunque ajustados a él vivían los santos que veían su revelación futura.
Glosa
O esto que dice: "si no abundare", debe referirse a la inteligencia de los escribas y fariseos, no al contenido del Antiguo Testamento.
San Agustín,
contra Faustum, 19, 28
Casi todo lo que el Seńor aconsejó o mandó precedido de estas palabras (
Mt 19,23): "Yo, pues, os digo", se encuentra en aquellos libros antiguos. Pero como no comprendían que el homicidio era otra cosa más que la destrucción de un cuerpo humano, el Seńor les manifestó que todo movimiento malo que pueda contribuir a hacer dańo al prójimo, debe considerarse como homicidio. Por esto ańade: "Oísteis que fue dicho a los antiguos: 'No matarás".
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
Queriendo Jesucristo manifestar que el mismo Dios que habló en la ley es el que ahora manda en la gracia, pone a la cabeza de sus preceptos aquel que en la ley antigua se ponía el primero; esto es, antes de los prohibitivos contra el prójimo.
San Agustín,
de civitate Dei, 1, 21
El precepto: "No matarás", no expresa, como opinan los maniqueos, la prohibición de arrancar una cańa o matar un animal sin razón, puesto que por ordenación justísima del Creador, su vida y su muerte están sometidas a nuestras necesidades. Por ello debemos entender, que todo lo dicho se refiere al hombre: No matarás a otro, ni tampoco a ti, pues el que se mata, no hace otra cosa que matar a un hombre. De ningún modo obraron contra este mandamiento los que por orden de Dios hicieron la guerra. Ni tampoco cometen crimen aquellos que, ejerciendo la autoridad legítima, castigan a los criminales por razones justas. A Abraham, no solamente no se le consideró como culpable de crueldad, sino que más bien se le alaba con el nombre de piadoso, cuando quiso matar a su hijo por obedecer a Dios. Se exceptúan aquí aquellos a quienes Dios manda matar por mandamiento expreso, o por cumplir con la ley, o por librar a otra persona. No mata aquél que obedece al que manda, como aquellos que prestan su ayuda al que ejerce la justicia; tampoco debe considerarse como homicida a Sansón, que sucumbió bajo las ruinas con todos sus enemigos, porque el mismo Espíritu que por medio de él hacía milagros, había sido quien le había dado esta orden, aunque de una manera oculta.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 16,5
Por esto que dice: "Se ha dicho a los antiguos", manifiesta que hacía ya mucho tiempo que conocían este precepto. Dice esto, pues, para mover a los oyentes tardos a preceptos más altos. Así como si un maestro dice a su alumno perezoso animándolo al estudio: "has pasado mucho tiempo en deletrear". Por eso ańade: "Mas yo os digo, que todo aquel que se enoje con su hermano, obligado será a juicio". En lo que debemos comprender la potestad del legislador. Ninguno de los antiguos había hablado así, sino de esta manera: "Esto dice el Seńor". Porque aquéllos, como siervos, anunciaban las cosas que eran del Seńor, pero éste, como Hijo, anuncia las cosas que son de su Padre y suyas a la vez; aquéllos predicaban a sus compańeros de servidumbre y éste dictaba leyes a sus subordinados.
San Agustín,
de civitate Dei, 9,4
Dos son los pareceres de los filósofos acerca de las pasiones del alma. Los estoicos creen que las pasiones son impropias del hombre sabio; pero los peripatéticos creen que los hombres sabios pueden tener pasiones, pero moderadas y sujetas a la razón, sí como cuando se ejerce la misericordia de modo que se conserve la justicia
San Agustín,
de civitate Dei, 4,5
En la doctrina cristiana no se indaga principalmente si un alma piadosa puede encolerizarse o entristecerse sino el origen de donde proceden esas impresiones.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
El que se encolerice sin causa, será culpable. Pues si la ira no existiera, ni la doctrina aprovecharía, ni los tribunales estarían constituidos, ni los crímenes se castigarían. Así, el que no se enfurece cuando hay causa para ello, peca. La paciencia imprudente fomenta los vicios, aumenta la negligencia e invita a obrar el mal, no sólo a los malos sino también a los buenos.
San Jerónimo
En algunos códices se ańade: "Sin causa". Sin embargo, en las cosas verdaderas no hay duda y la cólera se prohíbe totalmente. Si se nos manda rogar por los que nos persiguen (
Mt 5,44), queda suprimida toda ocasión de enfurecerse. No debemos incomodarnos sin causa, porque la ira del hombre no opera la justicia de Dios (
Stgo 1,20).
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
Sin embargo, la ira con causa no es ira, sino juicio, pues la cólera propiamente dicha es la alteración de una pasión. El que se enfada con causa, su ira no es de pasión, y por lo tanto juzga, no se irrita.
San Agustín,
In libro retractationum, 1, 19
También debemos fijarnos en lo que significa enfurecerse con su hermano, puesto que no se enfurece con su hermano aquel que se enfurece por la culpa de su hermano. El que se enfurece con su hermano y no con su pecado, se enfurece sin causa.
San Agustín,
de civitate Dei, 14, 9
Nadie que tenga su juicio cabal, podrá decir que se enfurece aquel que se incomoda con su hermano para que se corrija. Estos movimientos, que provienen del amor del bien y de la santa caridad, no pueden llamarse vicios, puesto que están en armonía con la recta razón.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
Yo creo que Jesucristo no habla aquí de la ira carnal, sino de la ira espiritual. La carne no puede obedecer sin conturbarse. Cuando el hombre se enfurece y no quiere hacer aquello que la ira le impulsa, su carne se enfurece, pero su alma queda en paz.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 9
Así, pues, en este primer mandamiento se trata de una cosa sola: la ira. En el segundo se trata de dos: la ira y la voz que la expresa, como se dice en estos términos: "Y el que dijere a su hermano
raca, obligado será en el concilio". Algunos han querido tomar del griego la significación de esta palabra, creyendo que la palabra
raca quiere decir andrajoso, puesto que en griego la palabra
racos quiere decir andrajoso. Es más probable que sea una voz sin significado alguno, pero manifestando la alteración de un alma indignada. Los gramáticos llaman a estas voces interjecciones, como cuando se dice por uno que padece: "ĦAy!"
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom.16,7
También la palabra
raca puede ser una palabra de desprecio o de ultraje, como cuando nosotros decimos, o a los criados, o a los que son más jóvenes que nosotros: "Marcha tú, dile tú". Y así, los que conocen la lengua siríaca, ponen la palabra
raca en lugar de tú. El Seńor, pues, quiso arrancar hasta los defectos más pequeńos, y por ello nos manda que nos respetemos mutuamente.
San Jerónimo
O bien
raca es una palabra hebrea y quiere decir vano o hueco, a quien no podemos llamar con la injuria vulgar, sin cerebro. Y con intención ańade: "El que dijere a su hermano": nuestro hermano, pues, no puede ser otro que aquel que tiene un mismo padre que nosotros.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
No es propio llamar hombre vacío a aquel que tiene en sí al Espíritu Santo.
San Agustín,
de sermone Domini, 1,9
En tercer lugar, se significan tres cosas: la ira, la voz que significa la ira y la expresión del vituperio. Por ello sigue: "Y quien dijere insensato, quedará sujeto al fuego del infierno". Hay gradación en estos pecados. Primero, cuando uno se enfurece y retiene el movimiento concebido en el corazón y si esfuerza la voz sin significación precisa, pero que por su fuerza es signo de la emoción, hay un grado más que en la cólera que calla. Pero aun es más si expresa una palabra ciertamente injuriosa.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
Así como ninguno que tiene el Espíritu Santo puede llamarse vacío, así ninguno que conoce a Jesucristo puede llamarse fatuo. Pero si la palabra
raca significa vacío en cuanto al sentido de la palabra, lo mismo quiere decir fatuo que
raca. Se diferencia, sin embargo, en cuanto al fin que se propone el que dice esta palabra.
Raca era una palabra vulgar entre los judíos, la cual pronunciaban, no por ira ni por odio, sino por algún movimiento vano. La decían, pues, más bien como para expresar confianza que injuria. Pero si no se dice por causa de rabia, ¿qué clase de pecado es? Porque se dice con el deseo de disputa, no de edificación; si, pues, no debemos decir aun las buenas palabras sino para edificar a los demás, ¿cuánto más aquello que en sí ya es malo por naturaleza?
San Agustín,
de sermone Domini, 1,9
Fijémonos ahora en las tres clases de pena: el juicio, el Sanedrín y el fuego eterno, grados con los cuales subimos de lo más leve a lo más grave; pues en el juicio aun hay lugar a defenderse. Al Sanedrín pertenece la pronunciación de la sentencia, cuando los jueces convienen entre sí en la clase de castigo que haya de aplicarse, y en el fuego eterno ya se expresa claramente la condenación y la pena del culpable. De donde se ve cuán grande es la diferencia que hay entre la justicia de Jesucristo y la de los fariseos. Entre éstos la muerte de otro hace reo de juicio, y Aquél lo hace reo de juicio por la ira, de cuyas tres cosas ésta es la más leve.
Rábano
El Seńor llama aquí infierno al tormento del infierno, cuyo nombre creen que lo tomó de un valle consagrado a los ídolos, y que está cerca de Jerusalén, lleno en otro tiempo de cadáveres, que, según leemos en el libro de los Reyes, Josías profanó.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 16,8
Es la primera vez que pronuncia el nombre de infierno después que antes había hablado del Reino de los Cielos, manifestando que El nos da éste por su amor, el otro por nuestra desidia. A muchos les parece demasiado fuerte eso de padecer por una sola palabra una pena tan grande, por lo que algunos dicen: "Que esto se expresa de una manera hiperbólica". Pero me temo que, interpretando mal estas palabras, suframos allí el último suplicio. No creas que esto es duro, porque la mayor parte de las penas y de los pecados proceden de las palabras. Las palabras insignificantes inducen muchas veces al homicidio y han destruido ciudades enteras. No consideres como cosa pequeńa el llamar a tu hermano
necio, puesto que le quitas la prudencia y el entendimiento, por los cuales somos hombres y nos diferenciamos de los animales
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 11
O será reo del Sanedrín, esto es, no pertenecerá al concilio de aquéllos que se reunieron contra Jesucristo, como interpretan los Apóstoles en sus cánones.
San Hilario,
in Matthaeum, 4
O bien el que trata como vacío al que está lleno del Espíritu Santo, se hace reo ante el concilio de los santos, como si hubiere de pagar la ofensa hecha al Espíritu Santo, con la reprensión de jueces santos.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 9
Alguno me preguntará: ¿con qué suplicio más grave se castiga el homicidio, si la injuria ya se castiga con el fuego del infierno? Obliga a comprender que hay varios infiernos.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom.16
El juicio y el Sanedrín son penas que se padecen en esta vida, y el fuego del infierno es la pena que se padece en la otra; por ello pone el juicio de la ira, para manifestar que no es posible que el hombre viva absolutamente sin pasiones, pero que le es posible enfrentarlas y por lo tanto, no la fijó una pena determinada, para que no apareciese que la prohibía totalmente. El Sanedrín lo cita ahora como juicio de los judíos, para que no se crea que innova en todo.
San Agustín,
de sermone Domini, 1, 9
En estas tres sentencias debe observarse que hay palabras que se sobreentienden, exceptuada la primera, que tiene todas las palabras: "El que se enfurece, dijo, contra su hermano" (sin causa, según algunos); en la segunda, cuando dice: "Pero el que dijese a su hermano
raca " (se entiende sin causa), y en la tercera, cuando dice: "Pero el que dijese fatuo", da a entender dos cosas: a su hermano y sin causa. Y esto es con lo que se defiende aquel dicho del Apóstol, que llama necios a los de Galacia, a quienes también denomina hermanos. No hace, pues, esto sin causa.