"Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, diciendo: Este pueblo con los labios me honra, mas el corazón de ellos está lejos de mí. Y en vano me honra, enseńando doctrinas y mandamientos de hombres". Y habiendo convocado a sí a las gentes, les dijo: "Oíd y entended. No ensucia al hombre lo que entra en la boca, mas lo que sale de la boca, eso ensucia al hombre". (vv. 7-11)
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 51,2
Había demostrado el Seńor que no eran dignos los fariseos de acusar a los que infringían los mandamientos de los ancianos puesto que ellos mismos violaban la ley de Dios. Ahora insiste de nuevo en esta misma demostración valiéndose del profeta. Por eso dice: "Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, etc."
Remigio
Se llama hipócrita a aquel que disimula, porque hace una cosa y siente otra distinta en su corazón. Con razón, pues, llama hipócritas a los fariseos. Porque con el pretexto de dar culto a Dios, no deseaban más que amontonar para sí grandes riquezas.
Rábano
Isaías previó esta hipocresía de los judíos y los vio combatir el Evangelio y por eso dijo en nombre del Seńor: "Este pueblo me honra con los labios, etc."
Remigio
Porque el pueblo parecía que se acercaba a Dios y le honraba con sus labios y con su boca en el mismo hecho de gloriarse de no reconocer más que un sólo Dios. Pero su corazón estaba muy distante de Dios, puesto que a pesar de haber visto tantas seńales y milagros, no quisieron conocer la divinidad del Seńor, ni recibirlo.
Rábano
También le honraban con los labios, cuando decían (
Mt 22): "Maestro, sabemos que tú eres la verdad"; mas su corazón estuvo muy lejos de El cuando mandaron hombres que le armaran emboscadas y le echaran mano en el sermón.
Glosa
O también le honraban cuando recomendaban la limpieza exterior. Pero no teniendo la interior, que es la verdadera, estaba su corazón muy lejos de Dios y por eso era inútil semejante honor. Por eso sigue: "Y en vano me honran enseńando doctrinas y mandamientos de los hombres".
Rábano
Y no tendrán recompensa en compańía de los verdaderos adoradores, porque enseńan, despreciando los mandamientos de Dios, las doctrinas y mandamientos de los hombres.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 51,3
Después de haber recargado el Seńor la acusación de los fariseos con el testimonio del profeta y viendo que no se corregían, no les habla más y se dirige al pueblo: "Y habiendo convocado a sí a las gentes, les dijo: Oíd y entended". Como les va a exponer un dogma elevado y lleno de profunda filosofía, no se contenta con anunciarlo simplemente, sino que los prepara para que reciban su discurso, ya manifestando el honor y la solicitud que tiene para con el pueblo -cosa que expresa el evangelista, por las palabras: "Y habiendo convocado a sí a las gentes, etc."- ya también por las circunstancias en que se encuentra, puesto que propone su ley a fin de que sea más aceptable, después de haber resucitado muchos muertos y después de haber triunfado de los fariseos. Y no se contenta con llamar al pueblo, sino que gana su atención con las palabras: "Oíd y entended"; esto es, atended y levantad vuestros corazones para oír esto. Y no les dijo que no había necesidad de distinguir entre los manjares, ni les ańadió que no eran acertadas las prescripciones de Moisés; sino que valiéndose del testimonio de la naturaleza de las mismas cosas, les habla como amonestándolos y aconsejándolos: "No ensucia al hombre lo que entra en la boca, etc."
San Jerónimo
Pone la palabra
"comunica". La palabra
comunicar es propia de las Escrituras y no se emplea en el lenguaje ordinario. El pueblo judío, gloriándose de que formaba la parte elegida de Dios, da el nombre de alimentos comunes a aquellos que usan todos los hombres, como por ejemplo, la carne de puerco, la de liebre y de otros animales que no tienen la pezuńa dividida, los que no rumian, y entre los peces, los que no tienen escamas. Por eso dice en los Hechos de los apóstoles (
Hch 10,15): "No mirarás como cosa común lo que Dios ha santificado", de suerte que la palabra común se aplica a los alimentos que se encuentran en los demás pueblos y no formando parte del pueblo de Dios, deben tenerse como impuros.
San Agustín,
contra Faustum, 6,6
En el Antiguo Testamento están prohibidas ciertas carnes pero esta prohibición no está en oposición con las palabras del Seńor: "No ensucia al hombre lo que entra en la boca, etc." ni con las que dice el apóstol (
Tit 1,15): "Todo lo expuso para los que están puros" y (
1Tim 4,5): "Toda criatura de Dios es buena". Comprendan los maniqueos, si pueden, cómo el apóstol habló aquí de las mismas sustancias. La Escritura por ciertas preocupaciones propias de los tiempos consideró como impuros algunos animales, no por su naturaleza, sino a causa de la significación que entonces tenían. Por ejemplo, si se trata del puerco y del cordero, los dos animales son puros por su naturaleza porque "toda criatura de Dios es buena" y sin embargo, el puerco es impuro y el cordero puro por el significado particular que se les daba. Es como si dijéramos: el necio y el sabio; los dos son puros por el sonido de la voz, las letras y las sílabas de que se componen. Pero por cierto significado, una de estas palabras -el necio- puede decirse que es impuro, no por su naturaleza, sino porque significa alguna cosa impura y quizás en el orden de las figuras sea el puerco lo mismo que el necio en el de las realidades. Así este animal significaría completamente lo mismo que las dos sílabas de necio. La ley considera como impuro al animal que no rumia y esto no es defecto suyo, sino de la naturaleza. Mas hay algunos hombres, representados como impuros y figurados por este animal, que son efectivamente impuros por sus vicios, mas no por su naturaleza. Porque después de haber oído con gusto las palabras de la sabiduría, después no vuelven jamás a pensar en ellas. Porque cuando habéis oído una cosa útil y queréis saborearos con la dulzura de su recuerdo, la traéis como desde el intestino de la memoria a la boca del pensamiento ¿y qué es esto sino rumiarla con el espíritu? Por eso los que no obran así figuran al puerco. Esta multitud de cosas figuradas por las locuciones o por las observancias figurativas, conmueven útil y suavemente a las almas racionales y en el pueblo primitivo hay muchos preceptos puestos de esta manera, no sólo para recordarlos, sino para que sean observados. Exigían aquellos tiempos que se profetizasen las cosas que posteriormente tenían que ser reveladas, no sólo con palabras, sino también con hechos. Pero reveladas después por Cristo y en Cristo, no han sido impuestas como un yugo a la fe de las naciones. Sin embargo, la autoridad de los profetas no ha perdido su valor. Pregunto yo a los maniqueos si la sentencia del Seńor: "No ensucia al hombre lo que entra en la boca" es verdadera o falsa. Si dicen que es falsa, ¿por qué el doctor Adimanto, que la atribuye a Cristo, se vale de ella como de una objeción contra el Antiguo Testamento? Y si es verdadera, ¿cómo admiten ellos en contra de ella que el alimento ensucia al hombre?
San Jerónimo
Puede el prudente lector oponernos aquí y preguntarnos: si lo que entra en la boca no ensucia al hombre ¿por qué no comemos de los manjares consagrados a los ídolos? Debemos contestar que esos mismos manjares son puros por su naturaleza, "porque toda criatura de Dios es buena", pero la invocación de los ídolos y de los demonios los hace impuros para aquellos que los comen con conciencia de que están consagrados a los ídolos y su conciencia, que está enferma, queda sucia, como dice el apóstol (1,
Tim 8).
Remigio
Y todo aquel que tenga una fe capaz de comprender que todo lo que viene de Dios bajo ningún concepto puede ensuciar, santifique su comida con la palabra de Dios y la oración y coma de lo que quiera. Pero, no de manera que sus alimentos puedan servir de escándalo a los débiles, como dice el apóstol (como arriba).