"Mirad las aves del cielo que no siembran, ni siegan, ni amontonan en hórreos; y vuestro padre celestial las alimenta. ¿Pues no sois vosotros más que ellas? ¿Y quién de vosotros discurriendo puede ańadir un codo a su estatura?" (vv. 26-27)
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 16
Después que ha confirmado nuestra esperanza el divino Maestro razonando de mayor a menor, ahora vuelve a confirmarla razonando de menor a mayor, cuando dice: "Mirad las aves del cielo, que no siembran ni siegan".
San Agustín, de opere monachorum, 23
Algunos dicen que no deben trabajar, por la misma razón que las aves del cielo ni siembran ni siegan: ¿por qué no atienden a lo que sigue: "Ni recogen en graneros"? ¿Por qué éstos quieren tener sus manos ociosas, y a la vez llenos sus almacenes? ¿Por qué, finalmente, muelen y cuecen? Las aves del cielo no hacen estas cosas. Y si encuentran algunos a quienes esto persuada, que les traigan todos los días comidas preparadas. Por lo menos sacan agua de las fuentes, o de las cisternas, o de los pozos, los agotan y los reponen, lo cual no hacen las aves. Mas si ni aun se ven precisados a llenar sus vasos de agua, han adelantado con un nuevo grado de virtud aun a los primeros cristianos de Jerusalén, quienes hicieron pan, o procuraron que se hiciese del trigo que se les había enviado de Grecia, lo cual no hacen las aves. No pueden tampoco observar estas cosas, esto es, el no guardar para mańana, aquellos que se separan por muchos días del trato de los hombres, y se encierran, no permitiendo la entrada a nadie, viviendo con el alto fin de hacer oración.
Cuanto más santos son, más desemejantes se muestran de las aves. Por consiguiente, lo que dice el Seńor respecto de las aves del cielo, se refiere a convencernos que ninguno debe creer que Dios no se cuida de procurar lo necesario a los que le sirven, siendo así que su Providencia se extiende hasta gobernar estas cosas. Y no se diga por esto que Dios no alimenta a aquellos que trabajan con sus manos, ni por aquello que dijo el Seńor ( Sal 49,15): "Invócame en el día de la tribulación, y te sacaré de ella", no debió huir el a Apóstol ( Hch 9), sino esperar que lo prendiesen y que Dios lo librase, como a los tres nińos de en medio del fuego. Así como los santos al huir de este modo podían contestar a esta dificultad, diciendo que no deben tentar a Dios, sino que entonces Dios, si quisiese, haría tales cosas para librarlos como libró a Daniel ( Dn 6) de entre los leones y a San Pedro de las cadenas ( Hch 12) cuando ellos no podían hacer nada y que, por otra parte, aunque les permite la huida y por medio de ella pueden librarse, no son ellos, sino Dios quien los libra. Así también los siervos de Dios, que pueden ganarse el sustento con sus manos, si alguno les argumenta con las palabras del Evangelio en esta parte que habla de las aves del cielo que ni siembran ni siegan, pueden responder con toda oportunidad: "Si nosotros por alguna enfermedad u ocupación no podemos trabajar, el Seńor nos alimentará, como alimenta a las aves del cielo que no trabajan. Cuando podemos trabajar, no podemos tentar a Dios, porque todo lo que podemos hacer, lo podemos por su auxilio, y todo el tiempo que aquí vivimos, por su largueza vivimos, pues nos ha dado el que podamos vivir, y El nos alimenta del mismo modo que alimenta a las aves, como se dice: "Y vuestro Padre celestial las alimenta: ¿acaso no se cuidará de vosotros con mucha más razón?...".
San Agustín, de sermone Domini, 2, 15
Esto es, vosotros valéis mucho más, porque siendo seres racionales, como lo es el hombre, se os ordena todo con mucha más razón, según la naturaleza de las cosas, que respecto de los seres irracionales, como son las aves.
San Agustín, de civitate Dei, 11, 16
Además, también suele considerarse alguna vez como más estimable un caballo que un criado y una piedra preciosa más que una criada, no por razón de su inteligencia, sino por la necesidad del que lo procura o por el deseo del que lo quiere.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 16
Dios ha hecho todos los animales para el hombre, y al hombre para sí. Cuanto más interesante es, pues, la creación del hombre, tanto mayor es el cuidado que Dios tiene por él. Si, pues, las aves que no trabajan encuentran qué comer, ¿no lo encontrará el hombre, a quien Dios le ha concedido la ciencia de trabajar y la esperanza de enriquecerse?
San Jerónimo
Hay algunos que, queriendo exceder a sus padres y volar a regiones más altas, caen al abismo. Estos tales entienden por "las aves del cielo" los ángeles y las demás potestades que actúan en servicio de Dios (sin cuidado propio) y son alimentados por la providencia. Si esto es así, como quieren entender, ¿por qué se dicen a los hombres las palabras siguientes: "Acaso no valéis vosotros más que todas éstas"? Sencillamente, pues, se entiende que si las aves son alimentadas por la providencia de Dios, sin cuidados ni trabajos por parte de ellas, siendo así que hoy existen y mańana no existirán, ¿con cuánta más razón los hombres, a quienes se les ofrece la eternidad?
San Hilario, homiliae in Matthaeum, 5
Puede decirse que bajo el nombre de aves se nos exhorta con el ejemplo de los espíritus infernales, a quienes se les concede, sin que trabajen para buscar y reunir su alimento, cuanto necesitan para vivir por medio de la disposición divina. Y para dar a entender que esto se refería a los espíritus infernales, ańade oportunamente: "¿Pues no sois vosotros mucho más que ellas?", manifestando con la excelencia de la comparación, la diferencia que existe entre la santidad y la malicia.
Glosa
Enseńa, no sólo con el ejemplo de las aves, sino también con la experiencia, que no es suficiente nuestro cuidado para que podamos subsistir y vivir, sino que es necesaria la acción de la divina providencia, diciendo: "¿Quién de vosotros, discurriendo puede ańadir un codo a su estatura?"
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 16
Dios es quien todos los días hace que nuestro cuerpo crezca, sin conocerlo nosotros. Si, pues, la providencia de Dios obra todos los días en ti mismo, ¿cómo podrá decirse que cesará en las cosas indispensables? Si, pues, vosotros pensando no podéis ańadir una pequeńa parte a vuestro cuerpo, ¿cómo, pensando también, podréis salvarlo todo entero?
San Agustín, de sermone Domini, 2,15
Podría referirse a lo que sigue, como si dijese: "No se ha hecho por cuidado vuestro el que vuestro cuerpo haya llegado a la estatura que tiene, y de aquí puede desprenderse que, aunque queráis ańadirle un solo codo, no podréis. Dejad, pues, al Seńor el cuidado de formar el cuerpo, por cuyo cuidado ha sido hecho y ha llegado a la estatura que tiene".
San Hilario, homiliae in Matthaeum, 5
O de otro modo, así como afirmó la fe acerca de nuestra sustancia vital con la enseńanza sobre los espíritus, así también alejó del juicio de la común inteligencia la opinión acerca de nuestra futura apariencia. Porque si ha de resucitar en un hombre perfecto la diversidad de los cuerpos que han tenido vida, sólo El puede ańadir a la estatura de cada uno un codo, y un segundo, o un tercero; y al preocuparnos acerca del vestido (esto es, de la apariencia de los cuerpos), estamos dudando y así ofendiendo a Aquel que, para hacer igual a todo hombre, habrá de ańadir una medida adecuada a los cuerpos humanos.
San Agustín, de civitate Dei, 22, 15
Pero si Jesucristo resucitó con la misma estatura, es una necedad el decir que (cuando venga el tiempo de la resurrección general) habrá de ańadirse al cuerpo de Jesús una magnitud que no tenía cuando se apareció a sus discípulos en aquélla en que era conocido, para poder hacerse igual aun a los más altos. Si decimos que los demás cuerpos, ya grandes, ya pequeńos, habrán de igualarse al de Jesús, perecerá muchísimo de muchos cuerpos, siendo así que El mismo dice: "Que no habrá de perderse ni un solo cabello". Sólo podrá decirse que cada uno recibirá la medida y la forma que tuvo en su juventud, si murió viejo, o con la misma que tuvo el día de su muerte, si falleció antes. Por ello no dice el Apóstol: "En medida de estatura", sino ( Ef 4,13): "En la medida de la plenitud de edad de Cristo", porque resucitarán los cuerpos de los muertos en su edad juvenil y vigorosa en que sabemos que vino Jesucristo.