"Pues todo aquél que oye estas mis palabras y las cumple, comparado será a un varón sabio que edificó su casa sobre la peńa. Descendió la lluvia, vinieron los ríos, soplaron los vientos, dieron impetuosamente en aquella casa, y no cayó porque estaba cimentada sobre piedra. Y todo el que oye estas mis palabras y no las cumple, semejante será a un hombre loco que edificó su casa sobre arena. Descendió lluvia, vinieron los ríos, soplaron los vientos, dieron impetuosamente sobre aquella casa, y cayó y fue su ruina grande". (vv. 24-27)
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 24,2
Como había de haber algunos que admirarían lo que había dicho Jesús, pero que no harían ostensible con obras esa admiración, previniéndoles, los aterra, diciendo: "Pues todo aquel que oye estas mis palabras y las cumple, comparado será a un varón sabio".
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 20
No dijo, pues: "Consideraré como un varón sabio a aquel que oye y hace", sino: "Será comparado a un varón sabio". Luego el que se compara es hombre ¿a quién se asemeja? A Cristo. Cristo, pues, es el varón sabio que ha edificado su casa (esto es, su Iglesia) sobre la piedra (esto es, sobre la firmeza de la fe). El hombre necio es el diablo que ha edificado su casa (esto es, todos los impíos) sobre arena (esto es, la inconstancia de la infidelidad), o sobre los hombres mundanos, que se llaman arena por la esterilidad, y como no están unidos entre sí, sino que están divididos por una multitud de opiniones, son innumerables. La lluvia es la enseńanza que riega al hombre, y las nubes son de donde sale la lluvia. Unos son encendidos por el Espíritu Santo, como los profetas y los apóstoles; otros son agitados por el espíritu del diablo, como son los herejes. Los vientos favorables son los espíritus de las diversas virtudes, o los ángeles, que obran de una manera invisible en los sentidos de los hombres y los inclinan a obrar el bien, y vientos perjudiciales son los espíritus inmundos. Los ríos benéficos son los evangelistas y los maestros del pueblo. Ríos malos son los hombres llenos del espíritu inmundo e instruidos en la palabra, como son los filósofos y los demás profesores de las ciencias humanas, de quienes brotan ríos de aguas pantanosas. A la Iglesia que Cristo fundó no la corrompe la lluvia de la enseńanza falaz, ni el hálito del demonio la empuja, ni la conmueven las corrientes de los ríos más violentos. No se opone a esto el que caigan en ello algunos de la Iglesia, pues no todos los que se llaman cristianos pertenecen a Cristo, sino que El conoce los que son suyos ( 2Tim 2,19). Pero la lluvia de la verdadera doctrina cae contra la casa que el diablo edificó. Soplan los vientos, esto es, las gracias espirituales o los ángeles; se hinchan los ríos, esto es, los cuatro evangelistas y los demás sabios; y así cae la casa, esto es, la gentilidad, para que se levante Cristo. Y su ruina ha sido grande. Disueltos los errores, convencidas las mentiras y destruidos los ídolos en todo el mundo. Es, pues, semejante a Cristo el que oye sus palabras y obra según ellas, esto es, el que edifica sobre fuerte roca, esto es, Cristo que es todo lo bueno para que sobre cualquier especie de bien que alguno edificare aparezca que ha edificado sobre Cristo. Como la Iglesia, una vez edificada por Cristo, no puede ser destruida, así el cristiano, que edifica sobre Cristo no puede ser derribado por ninguna adversidad, según las palabras del Apóstol a los Romanos ( Rom 8,35): "¿Quién, pues, nos separará de la caridad de Cristo?" Es semejante al diablo, el que oye las palabras del Seńor, pero que no obra según ellas. Las palabras que se oyen y no se practican andan separadas y esparcidas, y por ello se asemejan a la arena. Arena es también toda malicia u otros bienes propios del mundo. Así como se destruye la casa del diablo, así todos los que viven fundados sobre la arena de la malicia son destruidos y caen, y la ruina es grande si uno ha sufrido algún detrimento en la fe, mayor que si hubiese fornicado o hubiese cometido algún homicidio, porque tiene el medio de levantarse por la penitencia como se levantó David.
Rábano
También puede entenderse por ruina grande lo que Jesucristo habrá de decir a aquellos que lo oyen y no obran: "Id al fuego eterno" ( Mt 25,41).
San Jerónimo
Toda predicación de los herejes se funda en arena movediza, que no puede hacerse compacta, y así se desmorona.
San Hilario, homiliae in Matthaeum, 6
También significa con las lluvias las seducciones de los blandos placeres, que se desprenden poco a poco por todas las rendijas (cuando éstas están abiertas) para humedecer la fe, después de las cuales llega el oleaje de los ríos (o torrentes), esto es, el empuje de los placeres más criminales, y de todas partes soplan los vientos con todo su furor, esto es, todo espíritu del poder diabólico entra en la lid.
San Agustín, de sermone Domini, 2, 25
Cuando la lluvia se pone como significando algún mal, se toma por la superstición nebulosa. Los rumores de los hombres se comparan a los vientos, el río a las concupiscencias de la carne, como que corren por la tierra. El que es inducido por las prosperidades es quebrantado por la adversidad, lo cual no teme el que tiene edificada su casa sobre piedra, esto es, el que no sólo escucha los preceptos del Seńor, sino que también los practica. Mas se expone a peligro en todas estas cosas aquel que oye y no obra. Ninguno afirma en sí lo que percibe de Dios, ni lo oye, sino practicándolo. Debe considerarse que cuando dijo: "Y todo el que oye estas mis palabras", bien manifiesta que estas palabras comprenden todos los preceptos en que se funda toda la vida del cristiano, para que con razón los que quieran vivir según ella sean comparados a los que edifican sobre piedra.