"ĦMas ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! que cerráis el reino de los cielos delante de los hombres. Pues ni vosotros entráis ni a los que entrarían dejáis entrar". (v. 13)
Orígenes,
homilia 25 in Matthaeum
Jesucristo, como Hijo verdadero de Aquel que dio la ley, según la semejanza de las bendiciones que se conceden por la ley, explicó las felicidades de los que se salvan; y según la semejanza de las maldiciones expuestas en la ley, dice Ħay! contra los pecadores, cuando ańade: "ĦMas ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!" Los que creen que es bueno decir esto contra los pecadores, comprendan que el propósito de Dios es semejante cuando maldice por medio de su ley; aquella maldición de la ley como el "ay" del Seńor recaen sobre el pecador, no por causa del que los pronuncia, sino por causa de sus pecados, por los cuales se vuelve digno de escuchar estas cosas que Dios pronunció para corregir, a fin de que los hombres se conviertan al bien. Así como el padre cuando reprende al hijo pronuncia algunas veces palabras de maldición, aunque no desea que el hijo sea digno de ellas, sino más bien que le sirva para separarle de lo malo, así el Seńor explica la causa de esta amenaza cuando dice: "Que cerráis el reino de los cielos", etc. Estos dos preceptos son naturalmente inseparables, porque el hecho de que alguno no permita que entren los demás es causa suficiente para que él mismo quede excluido.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 44
Las Sagradas Escrituras también se llaman el reino de los cielos, porque su adquisición está basada en ellas; la puerta es la inteligencia de las Escrituras. También es el reino de los cielos la felicidad de los bienaventurados, y la puerta por donde se entra a esa felicidad es Jesucristo; los guardianes de las llaves son los sacerdotes a quienes se ha confiado el deber de enseńar y explicar las Sagradas Escrituras; la llave es la palabra que explica el conocimiento de las Escrituras, por medio de la que se abre a los hombres la puerta de la verdad; su apertura es la verdadera interpretación. Obsérvese que no dijo: Ay de vosotros, que no abrís, sino que cerráis; luego las Escrituras no están cerradas, aunque son oscuras.
Orígenes,
homilia 25 in Matthaeum
Por lo tanto, los fariseos y los escribas, ni entraban ni querían oír las palabras del Salvador, que dijo: "Si alguno entra por medio de mí, se salvará" (
Jn 10,9); y ni aun a los que entrarían, esto es, aquellos que podían creer por medio de las Escrituras que habían sido ya explicadas por la Ley y por los Profetas, hablando de Jesucristo dejaban entrar. Cerrando la puerta a todos por medio del terror, les prohibían la entrada; éstos, no satisfechos porque no creían en Jesucristo, interpretaban mal sus enseńanzas y trastornaban todo lo que la Escritura profética decía de El, y blasfemaban de todo lo que hacía, como milagros falsos hechos por obra del demonio. Pero todos los que con su mala conversación dan ejemplo de pecar al pueblo, y ofenden, escandalizando a los pequeńos, parece que cierran ante los ojos de los hombres el reino de los cielos. Este pecado se encuentra en los hombres públicos, especialmente en los doctores, que enseńan lo que debe hacerse según lo que prescribe el Evangelio a los hombres; pero no hacen lo que enseńa. Pero viviendo y enseńando bien, abren a los hombres el reino de los cielos, y mientras ellos entran, animan a otros a entrar. Pero muchos no permiten entrar en el reino de los cielos, a los que quieren entrar; cuando excomulgan sin razón alguna, únicamente por algún celo, a los que son mejores que ellos, y ellos mismos no les permiten entrar. Aquellos que son prudentes venciendo la tiranía con su paciencia, aun cuando se les haya prohibido, entran y heredan el reino. Pero los que con mucha temeridad se ofrecieron a enseńar antes que aprendieran, e imitando las fábulas judaicas, dicen mal de quienes buscan en las Sagradas Escrituras las cosas del cielo, cierran cuanto pueden el reino de los cielos a los hombres.