Y se acercaban a El los publicanos y pecadores para oírle. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: "Este recibe pecadores, y come con ellos". Y les propuso esta parábola diciendo: "¿Quién de vosotros es el hombre que tiene cien ovejas, y si perdiere una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va a buscar la que se había perdido, hasta que la halle? Y cuando la hallare, la pone sobre sus hombros gozoso. Y viniendo a casa, llama a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Dadme el parabién, porque he hallado mi oveja que se había perdido. Os digo, que así habrá más gozo en el cielo sobre un pecador que hiciere penitencia, que sobre noventa y nueve justos, que no han menester penitencia". (vv. 1-7)
San Ambrosio
Puede aprenderse en lo dicho hasta el momento que no debemos preocuparnos de las cosas de la tierra, ni preferir lo caduco a lo imperecedero. Pero como la fragilidad humana no puede tener un instante firme mientras viva en este mundo impúdico, este buen médico nos ha proporcionado remedios contra el error. Y como Juez misericordioso, no nos niega la esperanza del perdón. Por esto sigue: "Y se acercaban a El los publicanos", etc.
Glosa
Esto es, los que exigen tributos públicos, o los arriendan y los que procuran obtener ganancias por medio de los negocios.
Teofilacto
Esto lo consentía, porque con este fin había tomado nuestra carne, acogiendo a los pecadores como el médico a los enfermos. Pero los fariseos verdaderamente criminales correspondían a esta bondad con murmuraciones. Por lo cual sigue: "Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: Este recibe", etc.
San Gregorio, in Evang hom. 34
Por esta razón se deduce que la verdadera justicia tiene compasión y la falsa justicia desdén, aun cuando los justos suelen indignarse con razón por los pecadores. Pero una cosa es la que se hace con apariencia de soberbia y otra la que se hace por celo a la disciplina. Porque los justos, aunque exteriormente exageran sus reprensiones por la disciplina, sin embargo, interiormente conservan la dulzura de la caridad y, por lo general, prefieren en su ánimo a aquellos a quienes corrigen, que a sí mismos. Obrando así mantienen a sus súbditos en la disciplina y a la vez se mantienen ellos en la humildad. Por el contrario, los que acostumbran a ensoberbecerse por la falsa justicia, desprecian a todos los demás, sin tener ninguna misericordia de los que están enfermos y, porque se creen sin pecado, vienen a ser más pecadores. De este número eran los fariseos, quienes cuando censuraban al Seńor porque recibía a los pecadores, reprendían con un corazón seco al que es la fuente misma de la caridad. Pero como estaban enfermos o ignoraban que lo estaban, el médico celestial usa con ellos, hasta que conociesen su estado, de remedios suaves. Sigue, pues: "Y les propuso esta parábola: ¿Quién de vosotros es el hombre que teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve y va a buscarla?" Propuso esta semejanza que todo hombre puede comprender y, sin embargo, se refiere al Creador de los hombres. Porque ciento es un número perfecto y El tuvo cien ovejas porque poseyó la naturaleza de los santos ángeles y de los hombres. Por esto, sigue: "Que tiene cien ovejas".
San Cirilo
Observa aquí la grandeza del reino de nuestro Salvador. Cuando dice cien ovejas se refiere a toda la multitud de las criaturas racionales que le están subordinadas; porque el número cien, compuesto de diez décadas, es perfecto. Pero de éstas se ha perdido una que es el género humano, que habita en la tierra.
San Ambrosio
Este pastor es tan rico, que todos nosotros sólo formamos una centésima parte de su rebańo. Por eso sigue: "Y si perdiere una de ellas, no deja las noventa y nueve", etc.
San Gregorio, ut sup
Se perdió una oveja cuando el hombre abandonó, por el pecado, los pastos de la vida. Se quedan las otras noventa y nueve en el desierto. Porque el número de las criaturas racionales (esto es, de los ángeles y de los hombres), que ha sido creado para ver a Dios, queda disminuido con la pérdida del hombre. Por esto sigue: "¿No deja las noventa y nueve en el desierto?" Esto es, porque había dejado los coros de los ángeles en el cielo. El hombre abandonó el cielo cuando pecó. Y para que se completase el número de las ovejas en el cielo, era buscado el hombre, perdido en la tierra. Por esto prosigue: "Y va a buscar la que se había perdido".
San Cirilo
¿Cómo es que abandona todas las demás y sólo tiene caridad respecto de una sola? De ningún modo. Todas las demás se encuentran en su redil, defendidas por su diestra poderosa. Pero debía compadecerse más de la perdida, para que no quedase incompleto el resto de sus criaturas. Una vez recogida ésta, el número ciento recobra su perfección.
San Agustín De quaest.Evang. 2, 32
O bien: aquellas noventa y nueve que dejó en el desierto, se refieren a los soberbios que, llevando la soledad -por decirlo así- en el alma, quieren aparecer como que son solos. A estos les falta la unidad para la perfección. Así, cuando alguno se separa de la verdadera unidad, se separa por soberbio. Deseando no depender más que de su propio poder, prescinde de la unidad, que está en Dios. Se aleja de todos los reconciliados por la penitencia, que se obtiene con la humildad.
San Gregorio Niceno
Cuando el pastor encuentra la oveja, no la castiga ni la conduce al redil violentamente sino que, colocándola sobre sus hombros y llevándola con clemencia, la reúne con su rebańo. Por esto sigue: "Y cuando la hallare, la pone sobre sus hombros gozoso".
San Gregorio, ut sup
Puso la oveja sobre sus hombros porque, habiendo tomado la naturaleza humana, llevó sobre sí todos nuestros pecados ( Is 53). Habiendo encontrado la oveja, vuelve a su casa. Porque nuestro pastor, una vez redimida la humanidad, vuelve al reino de los cielos. Por esto sigue: "Y viniendo a casa, llama a sus amigos y vecinos diciéndoles: Dadme el parabién, porque he hallado mi oveja que se había perdido". Llama amigos y vecinos a los coros de los ángeles. Estos son amigos suyos, porque constantemente cumplen su voluntad sin cesar. También son vecinos suyos, porque gozan a su lado de la claridad de su presencia.
Teofilacto
Se llaman, pues, ovejas, los espíritus celestiales, porque toda naturaleza creada es animal respecto de Dios. Pero son llamados amigos y vecinos por ser criaturas racionales.
San Gregorio, ut sup
Debe advertirse que no dice: Felicitaos por la oveja encontrada, sino: dádmela a mí. Porque nuestra vida es su alegría y cuando somos llevados al cielo hacemos el colmo de ella.
San Ambrosio
Los ángeles, como racionales, se alegran también en la redención inmerecida de los hombres. Por esto sigue: "Os digo, que así habrá más gozo en el cielo sobre un pecador que hiciere penitencia, que sobre noventa y nueve justos que no han menester penitencia". Sirva esto de aliciente para obrar bien. Porque cada uno puede creer que su conversión será agradable a los coros de los ángeles, cuyo patrocinio se debe buscar, así como se debe temer su ofensa.
San Gregorio, ut sup
Declara el Seńor que habrá más alegría en el cielo por la conversión de los pecadores que por la perseverancia de los justos. Porque todos aquellos que no viven bajo el yugo del pecado, están siempre en el camino de la justicia, pero no anhelan con afán la patria celestial. Y la mayor parte andan perezosos en las prácticas de las buenas obras, porque se creen seguros por no haber cometido las culpas más graves. Por el contrario, aquellos que recuerdan haber cometido faltas, afligidos por su dolor, se enardecen en el amor de Dios. Y como ven que han obrado mal respecto del Seńor, recompensan los males primeros con los méritos que les siguen. Por tanto, hay mayor alegría en el cielo. Como sucede en las batallas que el capitán ama más a aquel soldado que después de haber huido vuelve y combate con más ardor al enemigo, que a aquel que nunca ha vuelto las espaldas, pero que nunca ha peleado con ardor. Así, el labrador estima más aquella tierra que después de abrojos produce óptimos frutos, que aquella que nunca produce ni espinas ni fruto abundante. Pero entre estas cosas debe tenerse en cuenta que hay muchos justos cuya vida causa tanta alegría que no puede preferirse a ella ninguna penitencia. De aquí debe deducirse que el Seńor goza mucho cuando el justo llora humildemente, puesto que le llena de alegría que el pecador condene el mal que ha hecho por la penitencia.