Entonces los judíos tomaron piedras para apedrearle. Jesús les respondió: "Muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre, ¿por cuál obra de ellas me apedreáis?" Los judíos le respondieron: "No te apedreamos por la buena obra, sino por la blasfemia, y porque tú, siendo hombre, te haces Dios a ti mismo". Jesús les respondió: "No está escrito en vuestra Ley: Yo dije, dioses sois. ¿Pues si llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios, y la Escritura no puede faltar; a mí, que el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: Que blasfemas, porque he dicho, soy Hijo de Dios? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis. Mas si las hago, aunque a mí no me queráis creer, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí y yo en el Padre". (vv. 31-38)
San Agustín,
in Joanem tract 48
Los judíos oyeron estas palabras: "Yo y el Padre somos una cosa" y no lo pudieron soportar. Y según su costumbre, endurecidos, acudieron a las piedras: "Entonces los judíos tomaron piedras para apedrearle".
San Hilario,
De Trin. 1, 7
Ahora los herejes, con la misma impiedad, bramando de furor y rehusando obedecer a sus palabras, emplean contra el Seńor, que está sentado en los cielos, su furor sacrílego; lanzan sus palabras, que son como piedras, y, si pudieran, lo volverían a traer de su trono a la Cruz.
Teófilacto
El Seńor, para mostrarles que no tenían razón alguna para enfurecerse contra El, les recuerda los milagros que ha hecho. Jesús les respondió: "Muchas buenas obras os he mostrado", etc.
Alcuino
A saber, sanando enfermos, en la manifestación de mi doctrina y de mis milagros, que mostré eran del Padre, porque siempre busqué su gloria: "¿Por cuál obra de ellas me apedreáis?" Aunque contra su voluntad, se ven obligados a confesar que muchos beneficios les venían de Cristo; pero llaman blasfemia a lo que había dicho de su igualdad y de la de su Padre. "Los judíos le respondieron: No te apedreamos por la buena obra, sino por la blasfemia", etc.
San Agustín,
ut supra
Es su respuesta a esta palabra: "Yo y el Padre somos una cosa". He aquí que los judíos entendieron lo que los arrianos no entienden, y se enfurecieron porque conocieron que no podía decirse "Yo y el Padre somos una cosa", a no ser que haya igualdad del Padre y del Hijo.
San Hilario,
ut supra
El judío dice, siendo hombre; el arriano, siendo criatura. Uno y otro ańaden: "Te haces Dios". El arriano habla de un dios, de una sustancia nueva y extrańa, de tal suerte, que resulta un dios de otro género, o ni aun dios siquiera, puesto que dice: "No es dios por nacimiento, no es dios en verdad; es una criatura superior a todas".
Crisóstomo,
in Joanem hom 60
El Seńor no destruyó la opinión de los judíos que creían que El se hacía igual a Dios; antes bien hace todo lo contrario. Jesús les respondió: "No está escrito en vuestra Ley".
San Agustín,
in Joanem tract 48
Es decir, en la Ley que se os ha dado, "Yo dije: ¿dioses sois?". Dios dijo esto a los hombres por el Profeta en un Salmo, y el Seńor llama generalmente Ley a todas aquellas Escrituras, aun cuando alguna vez la llame Ley, distinguiéndola de los Profetas, como se ve en aquel pasaje de San Mateo (22,40): "De estos dos mandamientos depende toda la Ley y los Profetas". Alguna vez divide en tres las mismas Escrituras, cuando dice (
Lc 24,26-27): "Convenía que se cumpliesen toda las cosas que de mí estaban escritas en la Ley, en los Profetas y en los Salmos". Aquí llama también a los Salmos con el nombre de Ley. He aquí su argumento: si El llamó dioses a aquellos a quienes se dirige la palabra de Dios, y la Escritura no puede faltar, ¿cómo podéis decir que blasfema Aquel a quien Dios santificó y envió al mundo, porque dijo: soy Hijo de Dios?
San Hilario,
ut supra
Antes de demostrar que El y el Padre eran una misma cosa por naturaleza, comienza a refutar el ridículo y estúpido ultraje de acusarlo porque se llamaba Dios, no siendo sino hombre. Aplicando la palabra de Dios, este nombre a los hombres santos, y apoyando así en esta autoridad irrefragable la atribución hecha de este nombre a los mortales, ya no es un crimen que El se haga Dios siendo hombre, cuando la Ley llama dioses a aquellos que son hombres. Y si la usurpación de este nombre no es sacrílega entre los demás hombres, ¿por qué ha de parecer que la usurpa imprudentemente, al haberse llamado Hijo de Dios, Aquel a quien Dios santificó, pues aventaja a todos los demás que de manera impía se permiten llamarse dioses, porque El ha sido santificado para ser Hijo, como lo dice el Apóstol San Pablo por estas palabras (
Rom 1,4): "Porque ha sido predestinado Hijo de Dios con poder según el espíritu de santificación". Toda esta respuesta concierne al Hijo del hombre en cuanto el Hijo de Dios es también Hijo del hombre.
San Agustín,
ut supra
O de otra manera: Lo santificó, esto es, al engendrarlo le dio el ser santo, porque lo engendró santo. Ahora bien, si la palabra de Dios se ha hecho para los hombres a fin de que puedan llamarse dioses, el Verbo mismo de Dios ¿cómo no es Dios? Si los hombres, participando del Verbo de Dios se hacen dioses, ¿no ha de ser Dios el Verbo de donde toman la participación?
Teófilacto
O lo santificó, esto es, lo consagró para que se sacrificara por el mundo; en lo cual mostró que El no era Dios como los demás, porque salvar al mundo es una obra divina, pero no de un hombre deificado por la gracia.
Crisóstomo,
in Joanem hom 60
O esperando que sus palabras fuesen recibidas, habló con más humildad. Pero después los lleva a cosas más elevadas, diciendo: "Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis", manifestando así que en nada era menor que el Padre. Como a ellos les era imposible ver su substancia, les da una prueba de la igualdad de su poder, produciendo la igualdad de las obras.
San Hilario,
ut supra
¿Qué lugar hay aquí para la adopción, para conceder un nombre, de manera que no sea Hijo de Dios por naturaleza cuando la prueba de que es Hijo de Dios son las obras del poder de su Padre? Porque la creatura no se equipara a Dios, puesto que a El no se le puede comparar naturaleza alguna que le sea ajena. Da testimonio de que El cumple no lo que es suyo sino lo que es de su Padre, a fin de no destruir el hecho de su generación por la grandeza de sus actos. Y como bajo el misterio del cuerpo, tomado y nacido de María, no se veía la naturaleza del Hijo del hombre y de Dios, la fe nos lo avisa por los hechos, diciendo: "Mas si las hago, aunque a mí no me queráis creer, creed a las obras". ¿Por qué, pues, el misterio del nacimiento humano ha de impedir el conocimiento del nacimiento divino, cuando Aquel que ha recibido este nacimiento divino cumple todas sus obras, rodeado de esta humanidad que lo sigue? Haciendo, pues, las obras de su Padre, ha querido demostrar lo que debía creerse en las obras, porque ańade: "Para que conozcáis y creáis que El está en mí, y yo en el Padre". Esto significan aquellas palabras: "Soy Hijo de Dios", y esto (
Jn 10,30): "Yo y el Padre somos una cosa".
San Agustín,
in Joanem tract 48
Porque el Hijo no dice: Mi Padre está en mí y yo en El, a la manera que lo pueden decir los hombres; pues por los buenos pensamientos estamos en Dios, y por medio de una vida santa vive en nosotros. Participando de su gracia e iluminados por su luz, estamos en El y El está en nosotros. Mas el Hijo Unigénito de Dios está en el Padre y el Padre en El, de la misma manera que un igual en aquel que es su igual.